jueves, 30 de agosto de 2012

Damasco en llamas

“Gravisque principum amicitias!”
(Horacio a Asinio Polion)
 
“Detenidos en el detalle parcial de vuestra vicisitud,
cesáis así de abandonaros al todo.”
(Juan de la Cruz, Comentarios a la Subida)

 

 

 

Parece que en un mundo que ha perdido su centro y su sentido, una vez más, sea necesario despertar en nosotros la huella de la totalidad, la voluntad íntima de revivir en nuestro corazón la mirada que abraza la unidad del mundo, aquella que devuelve al género humano la huella de su integridad y radical belleza. Regresar así de la trampa de interés propio a la viva llama del amor que todo lo abrasa.
 
 

 

Igual que la belleza de Beatriz supo mostrar a Durante qué se ocultaba tras ella, así como la noche protege en su alma certera y oscura el secreto radiante de la luz, así el mundo esconde el cántico de alabanza a su Creador. Aquí y ahora, la creación es total agradecimiento de lo que se sabe creado por un entendimiento, una voluntad y una imaginación sin medida. Siempre nueva, renovada, permanente itinerario de regreso a Su Fuente. Deseo ardiente. Encuentro real por imaginado.
 
 

 

¿Por qué no el hombre? ¿Por qué no el hombre? Dime tú, si lo sabes, ¿por qué no también el hombre?


 
 
 

Murmullo lejano


“Y verás las montañas,
que tan firmes parecen ahora,
pasar como pasan las nubes.”
(Qurân 27, 88)

 

 

 

La aflicción y desesperación que caracterizan al hombre del nuevo milenio ha venido como consecuencia de haber disfrazado bajo el espejismo tecnológico la realidad, y haberse olvidado del truco, para confundir así disfraz con piel. Su obstinada soberbia le ha hecho perder consciencia del ardid en el que su esencia tuvo origen: la ilusión de separación que facilitaría no sólo el deseo del reencuentro sino, también, su posibilidad, en el conocimiento de sí mismo.

 

Acabamos así confundiendo lo que es con lo que nos parece, incapaces de ir más allá de la burda estadística fenomenológica y otorgamos plenos poderes a lo que no es sino vano delirio. La ilusión de la realidad no destruye la realidad, aunque sí para nosotros. Nos creemos así destructores y constructores, destruidos y construidos por nuestra falsa percepción del mundo, nuestro autoengaño, nuestra autosugestión.

 

La humanidad adolece de ser forma sin contenido, rutina vacía, automatismo vital, desvarío colectivo sin rumbo, agitación sin causa ni fin alguno, infinita sucesión de tópicos y modas que se renuevan conforme se desgastan, como las sombras. Bien mirado, en el fondo, nadie es inocente de su propio desprestigio. Así, lo que un día fue llamado ser humano, ya sólo es un zombi tecnológico tan patético como desvirtuado, ajeno incluso a su propia muerte.




domingo, 26 de agosto de 2012

El Jardín de la Locura


“Non bene pro toto libertas venditur auro.”
(Miguel de Cervantes, DQDLM I. Prólogo)
 
“Y no digáis de ellos que están muertos,
sino que por primera vez viven.”
(Qurân)

 

 
 

A todo lector le cabe hacer juicio prudente de lo leído y hacer depósito de ello en los estantes de su memoria, para así reproducirlo luego a conveniencia o incluso recrearlo y enriquecerlo aún a riesgo de incrementar su grado de locura. Dicen que los locos gozan de mayor proximidad a la inocencia y en ello reside su irresistible peligro de contagio, la causa del temor y miedo que les tenemos. Nadie quiere recuperar su inocencia original y soportar con ello el peso de la acción, de la diferencia y –sobre todo- de la trascendencia que brinda la inocencia desprogramada. Nadie vuelve a ser la misma persona tras el prodigioso enclaustramiento en la cueva de Montesinos, como se deduce de el cambio observado en sus palabras y acciones. Cuando se descubre la fuente del rigor, uno se torna más clemente y misericordioso.

 

Próxima a la locura se encuentra la embriaguez espiritual. Ebriedad que deposita en el temor del recuerdo la llave de la sabiduría. No cabe una lucidez mayor que la de aquel que, permanentemente ebrio del recuerdo, temeroso, nunca olvida. Y así, en la soledad de los campos, se deja acompañar por la virtud trascendente que se intuye en los árboles y arroyos. Y libremente se deja llevar por ella, reencuentra -dentro de sí- al otro, en cada una de aquellas encrucijadas imaginales que pueblan y afirman la vida. Sólo así se entiende aquello de que, para quién se haya conectado a la sensibilidad de otro mundo, “obras SI son amores”.

 

La posesión del genio que inspira, que trae la locura, que exalta nuestra alegría, también nos permite florecer, fructificar y renacer de un modo distinto, a una perspectiva distinta, a una mirada renovada que se aventura a un nuevo mundo y lo transita desde el cíclico forcejeo del corazón, para así transcenderlo en su máximo apogeo y descubrir la Verdad. Locura pues, entreverada, plagada de lúcidos intervalos, allí donde cordura significa conciencia de lo Real. No cabe mayor locura que la que procura al molino gigante de cada ego el sagrado Viento. Esa que se ha ganado regresar de nuevo al jardín del que no debimos salir. Que, como dispuso el Eterno, cada quién sea libre de pensar, creer y establecer sus propias conclusiones, de acuerdo a su propio conocimiento y compresión en el provisional “huerto” de su Alma. Cualquiera es libre así de tener miedos y esperanzas infundadas o frustrarse en el vacío de tomar por real aquello que no lo es, prefiriendo construir molinos y adorar a otros dioses menores.



viernes, 24 de agosto de 2012

Desde donde el mundo es templo


“Siendo pobre en la posibilidad de mi riqueza
¿cómo no habría de serlo en mi actual pobreza?
Ignorante en la posibilidad de mi sabiduría,
¿cómo no habría de serlo en mi actual ignorancia?”
(Ibn Ata-Illah)
 
“Salvo quienes obren y caminen desde la certeza,
salvo quienes se recomienden entre sí verdad y paciencia.
Los demás… perdidos.”
(Qurân 103)

   

 

 

Lo que no parecen sino hechos inconexos, azares fortuitos, plural absurdo de la irredenta multiplicidad, fatalidades que se agotan y encuentran su límite en los respectivos egos infinitos, todo aquello que no parece sino caos, digo, conforma una coherencia tan sutil como la que se aprecia al atravesar el umbral de todo recinto sagrado. Cada cosa está dispuesta en función de un único propósito: nuestra total desaparición. Al igual que durante el periodo comercial de rebajas, se aspira a una liquidación total del stock egoico, así disuelto en la parsimonia coagulante de la unidad.

 

El gesto natural de quién se da cuenta de ello es la de volverse al humus, la de recogerse humilde en la prosternación, la de saberse “polvo y ceniza”, la de reconocerse evanescente reflejo en el espejo del mundo a merced de Su mirada. Dicha humillación es la “experiencia”. Incompatible con las infinitas formas de orgullo espiritual que pueblan logias, sinagogas, basílicas, mezquitas, resorts new age, dojos y ashrams.

 

Por más que estén de moda, no hay eco ni en el simulacro de amor, ni en la espiritualidad impostada, ni en la mal disimulada soberbia. Se requiere el saldo, se hace necesaria la propia rebaja, el total obsequio desinteresado. Es precisa aquí la liquidación total. Quién verdaderamente Te conoce, ni reposa en tu gracia ni desespera de Ti en la adversidad. Ardua es ciencia de la paz. Pero donoso su escrutinio. El aquí y ahora hechos templo, dicen que saborea el que sabe.



Hazlo sagrado


“El vuelo del ave, la sombra del árbol,
el lento brotar de la montaña,
alaban a su Creador.”
(Qurân)
 
"Sólo una correcta y perseverante ejercitación consciente
asentada sobre el verdadero conocimiento, logra cristalizar en Sabiduría.
El resto, raudo, se derrocha por el retrete del Alma."
(Tao Te-Ching)
 
 
 


 

Cualquier acto, por pequeño o insignificante que sea, inclusive el propio silencio, inclusive la propia inmovilidad, cuando aquel es realizado de una forma consciente, se convierte en gesto. Adquiere así un carácter atento, armónico, resonante, atronador, trascendente, ritual, pleno de “significado”, presente y conforme al orden cósmico, valga la redundancia.

 

Purificados por el agua del mikvé, wudú o baño lustral, se despierta en nosotros el recuerdo de nuestra verdadera naturaleza. Postrados desde el recogimiento mineral, vegetando sedentes, erguidos desde la alerta reptiliana, perseverantemente itinerantes atravesando el ciclo sacro de la senda mamífera, parlantes desde la invocación y la plegaria humanas, ígneos y alados cual el fénix que atraviesa el either de lo intangible, recreamos la plenitud sagrada del dinamismo orgánico, sin interferencias severas del ni vigílico ni onírico complejo cognoscitivo.

 
 
 

Acción desde la plena consciencia no mental en la fértil inmovilidad del cuerpo, que despierta el alma y la deja trabajar en nosotros. Torbellino espacio-temporal, apaciguado en la ubicua calma del instante que a cada instante se reconoce –se recuerda, se convierte en, se hace así- sagrado. Lejos de resultar disgregadora, la acción ritual adquiere así una función nuclear, centrípeta, desveladora de la centralidad substancial del alma. En la adoración, en la alabanza, en el recuerdo, regresamos al Ser: y, así, al fin somos por primera vez, esto es, In Principio.

 

El gesto real hace mucho más por desplegar el sutil y portentoso entramado de nuestra conciencia que los cientos de miles de millones de automatismos cotidianos, entre los que se incluyen –por qué no- el ser masón, presidente de gobierno, sumo pontífice o vegetariano. Nada sirve (tú no sirves) si no lo haces sagrado. Distracción es extravío. Atenta. Atento. Si tú estás allí, no hay atención que valga. Nadie asiste al rito. Carente de sujeto es la acción ritual. Estar "presente" es así estar ausente.



lunes, 20 de agosto de 2012

Entresijos del campo escalar.


“No vemos aquella luz
que nos hace ver.”
(Rabí Iosef Albo)





Así como la denostada alma permea el cuerpo entero y lo sostiene, ve sin ser vista, mora sola y pura en los resquicios más íntimos (sin lugar), no come ni bebe… así, decimos, para calmar al oído, que también permea todo el universo un único campo escalar. A diferencia del alma, el campo escalar puede llegar a conmover (materializar) todo, precisamente porque, en sí mismo, es algo que posee una naturaleza totalmente inconmovible (inmaterial). Nuestra alma, en cambio, fuente misteriosa de nuestro cuerpo, aunque no se mezcla nunca con él, sí se conmueve. El campo escalar, mal que les pese a los ciegos empíricos, retiene “a voluntad” la masa y la luz.

¿Cómo consigue una fuente de masa y luz ser, sin embargo, intangible e invisible? Muy sencillo: con inteligencia. ¿Y qué es la inteligencia? Muy sencillo también: lo que no cambia, pero genera la posibilidad espacio-temporal en la que son posible los cambios. La imposibilidad adimensional que hace posible el encadenamiento interdimensional, es decir, el oculto sendero entre dimensiones, cuya indiferencia hace posible cualquier diferencia. Unidad que, sin dejar de ser una -o precisamente por el mero hecho de serlo-, consigue aparecer múltiple. Inteligentes entresijos del campo escalar. Ahora ya “sabemos” al fin de qué esta lleno el vacío, para poder ser así llenado. Lo que no sabíamos es que el “campo escalar” ya estaba inventado, sólo que con otro nombre técnico un poco más antiguo: Ein Sof.




Sinestesia metafísica

“Quién quiera lograr todos sus deseos en este mundo,
sólo tiene que comprender qué significan nombres como
Elijé, Ia, YHVH, Adonai, Él, Elahá, Elohím, Shadai y Tzebaot.”
(José Chiquitilla, Puertas de Luz)



Resulta bien divertida la posibilidad que conservan ciertas personas (ya que todos nacemos con dicha capacidad) de ver sonidos o saborear imágenes. También resulta divertido jugar a pensar que el universo puede llegar a ver, a través de nuestros ojos, oír, por nuestros oídos, palpar a través de nuestras manos o, aún mejor, ser consciente gracias a nuestra consciencia. Funciones y sentidos se intercambian en una amalgama tan fructífera como desconcertante.

Siempre me resultó inquietante el empleo de los tres verbos “divinos” en hicieron posible (y aún hoy hacen) el comienzo (bereshit) del universo del que actualmente formamos parte: Principiar, decir y ver “con bondad”. Antes que cualquier otra función se da un intención creadora, una expresión verbal de dicha intención, cerrando todo el proceso con una mirada que verifica el ajuste entre la intención creadora y lo verbalmente creado. De alguna “forma”, parece como si todo pre-existe en el modelo de esa intención, y es creado a partir de la idea (imagen previa) de dicho modelo. Lo interesante llega cuando te das cuenta que términos como “forma”, “idea”, etc. tienen también su pre-existente. Surgen de una “nada” intencional que primero habla y luego mira lo “formado” tras la palabra.

La palabra tiene un poder evocador. El nombre de la persona que amamos (que no se parece en nada –mera onda sonora o contraste visual- a dicha persona) posee un mágico lazo que nos la trae: evoca su presencia, arrastra con él nuestros actuales sentimientos hacia esa persona, e incluso otros más remotos. Todo cuanto nos podemos representar “tiene nombre” aunque este nombre no siempre está formado por sonidos o palabras. Puede tratarse de un sabor, un aroma, un sentimiento, un cromático atardecer de plenitud… o una delicada amalgama de indescriptibles matices y sensaciones que son el “nombre” de aquel momento que nos ocurrió porque asistimos como sus “benévolos” testigos. De algún curioso modo, parece que se creara para nosotros.



Severa conjuntivitis

 “Tú que ingenuamente pretendes
reducir al Eterno a tu entendimiento
¿con qué Lo piensas comparar?”
(Isaías 40, 18-25)




La realidad es fractal: unos órdenes se suceden a partir de otros previos, copiando la estructura y morfología de estos. ¿A qué modelo inicial entonces se corresponde el diseño y la estructura del fractal humano? ¿De dónde, a imagen y semejanza de qué ¡y por quién! fuimos copiados los seres humanos? Preguntas como estas, levantan un intenso dolor de cabeza a una especie tan antropocéntrica como la nuestra, acostumbrada a sentirse centro y medida de todas las cosas, cuando sólo es parámetro, referencia, de un modelo previo esencial. Sentirnos meras copias quizá hiere de un modo profundo nuestro orgullo, hasta tal punto que, en defensa de nuestra débil cordura, negamos dicha posibilidad. Preferimos sentirnos tan especiales como el que más. Nuestro narcisismo es tan frecuente que termina por abocarnos a la más irredenta vulgaridad. Y así, no conseguimos salirnos del bucle.

Uno de los problemas de la metáfora es la de atrapar la magia de aquello que pretende trascender, convirtiéndose en simple adjetivo calificativo, como ocurre con el protagonismo que adquiere el dedo que señala a luna, frente al astro señalado o como sucede con aquellos carteles al comienzo de una localidad, tan sobradamente distantes de nuestro lugar de destino. Demasiado a menudo, nuestra pereza nos lleva a identificar (confundir) medios y fin. Ya nos advertía (y parece que en vano) Alfred Korzibsky que el mapa NO ES el territorio.

Sea como fuere, la palabra y la idea sólo penetran en el sujeto cuando se adaptan a su nivel real de comprensión. El problema es cómo transformamos (adecuamos al nivel de entendimiento del sujeto) en ideas y palabras algunas realidades que son tan extremadamente remotas y complejas al mismo tiempo que sutiles, como el “inexistente” centro de una gruesa cebolla, que sigue oculto capa tras capa. Usemos, pues, el paso a paso de lo natural: para llegar el núcleo de ciertos frutos, habremos antes de hacer el esfuerzo de despojarlos de toda su resistente cáscara. Dicho de otro modo menos elegante, resulta complicado apreciar la belleza de un paisaje cuando no somos conscientes de las gruesas legañas que impiden llegar el reflejo de la luz a nuestros ojos.



sábado, 18 de agosto de 2012

Lunáticos


“El rezo que espera al sol
es diferente cada mañana.”
(Néfesh Ha’jaim)

“Cuando me levanté para abrir al amado,
ya se había ido.”
(Shir Ha’shirim 5, 6)



Son muchos los que, al considerarla una entelequia, se resisten a creer que alma humana (su alma) cabalga sobre las onduladas olas del tiempo. Así, cuando ésta se halla en la cresta, besa y es besada por el cielo. Más adelante siente, en su descenso, el dolor de la pérdida de su amado. En la base, tocando tierra, sólo queda el consuelo del recuerdo y nostalgia, y un ardiente deseo de volver a remontar. Estos estados descendentes y ascendentes los experimenta el alma de manera recurrente a lo largo del año en momentos muy precisos, tan precisos que podría decirse que poseen una “exactitud lunar”.



Podría incluso establecerse una equiparación entre la “cresta” y el plenilunio, la “caída” y el cuarto menguante, la “nostalgia” y el periodo “sin luna” (luna nueva), y finalmente, entre el anhelo del reencuentro y la “creciente”. Esta montaña rusa anual presenta trece hitos que siempre comienzan en la “primera luna llena de primavera”. Somos, pues, almas lunáticas, atrapadas la cárcel de un trayecto solar. Cárcel que, una vez que se conoce bien, inmediatamente (ipso facto) deja de serlo.



Pese a lo que muchos piensan, el alma humana no es uniforme. Posee cualidades, matices diferenciados. Todos estos matices están sujetos a la triple recurrencia lunar. Es necesario pues un reseteo inicial de estos cuatro matices (en distintos momentos del año): fase mutable. Es necesario que aparezca una clara intencionalidad en cada uno de ellos (también en distintos momentos del año): fase cardinal. Y es necesario (una vez más, en momentos del año distintos) que se intensifique dicha intencionalidad de manera focalizada: fase fija. Sólo resta por desvelar cuáles son esos cuatro matices del alma humana: su bios terrestre, su pathos acuático, su thymos ígneo y su pneuma aéreo.



La clave está en hacer trabajar -a cada instante (ya que cada instante requiere su trabajo específico)- todos estos matices como una sola unidad, y luego juntarse (ser uno) con otros capaces de hacer lo mismo en un solo pulso. Las mismas palabras tendrán mañana un efecto completamente nuevo. El instante no es mero escenario pasivo sino, muy al contrario, nuestro más valioso capital; nuestra vida misma. Vamos, todo es cuestión de relajarse primero (agua lustral), y luego sólo poner un poquito de atención e intención perseverante. Si no eres alguien desalmado, no pierdas la oportunidad… ¿Hace falta decirte más?




La escalera al trono y el azufaifo


 “Si doy un paso más,
me abrasaré en el Eterno
más tú, tú estás invitado, prosigue.”
(Qurân 53, 14)

"Que el Señor reconozca al Señor en el Señor."
(Ibn Arabí, Tratado de la Unidad)






Quienes vivieron para contarlo a su regreso, confirman que no es posible el ascenso a la divinidad sin que haya amalgama o sin que se dé fusión. La única metáfora que puede ser capaz de entender el ser mezquino y egoísta, para hacerse una mínima idea de este proceso disolutorio, es la de “renuncia a sus deseos”. El viaje espiritual conlleva una suerte de turismo disolvente que, a la postre, dicen que termina por resultar edificante. Arribar la cima solar significa traspasar los ardiente rigores de su corona y penetrar hasta su centro. Superado el límite, arriba es adentro. La realeza es acción, nunca mera pose.


El verano toca a su fin. Purificados, limpios y anhelantes, disfrutamos estos últimos instantes estivales plenos de esperanzas, ideas y proyectos. Sentimos alegría de haber acompañado en su plenitud la marcha solar, y nos disponemos a permanecer también fieles en su necesario declive, recompensados en nuestro esfuerzo por múltiples bendiciones. Semillas que germinarán e irán creciendo en nuestro corazón el resto del ciclo, para entregar en el solsticio de invierno la mayor o menor calidad de sus frutos, o nada.




Devueltos al próximo otoño, a la costumbre y al deseo, recordamos que fuimos creados plenamente sedientos para poder ser así también colmados desde la inagotable plenitud. Sufre sólo quien olvida. La distancia muestra el valor de lo que amamos, la tensión necesaria que hace ese amor posible. Un año más significa todo el refinamiento, toda la apertura, toda la sensibilidad, toda la cercanía que hayas sido capaz de conquistar. A cada instante, si estamos atentos y vigilantes, recobramos la vida para vivirla renovados en cada rostro. No te distraigas en señuelos y atrocidades.


Sigue con precisión tu camino. Así quien escucha tus palabras, observará luego tus pasos y vigilará tus manos, para comprobar cómo retribuyes la confianza y qué guardas realmente dentro. Recuerda siempre en quién eres y lo pactado. Allí donde los ángeles dan un paso atrás, tú aún debes seguir. Prosigue. Prosigue… allí hasta donde tu anhelo alcance.




viernes, 17 de agosto de 2012

Huelga de hambre


“Quien duerma sobre una tumba…
despertará poeta ¡o loco!”
(Filidh, Tratado de Imbás Forosnai)

“En otro tiempo, los sabios se enterraban vivos
e incubaban en su ataúd silvestre, sellado desde dentro,
con la cabeza al este, una noche, dos días,
o todo el tiempo que necesitaran.”
(Juan Matus)







El ayuno previo es uno de los métodos más eficaces que tradicionalmente son utilizados para reacondicionar, purificar y curar el cuerpo, accediendo a traspasar el umbral de otros estados de conciencia –llamémosles- “no ordinarios”. La posterior ingesta de los huesos y la carne de los dioses, procura una asimilación que se entiende sagrada por tener lugar en un terreno más apropiado: el del des-ayuno. La espera de mortal inanición (prayopavesana hindú) prefigura así un re-nacimiento de lo más espectacular.






La céltica Ley de Brehon diferencia con claridad entre el ayuno "troscad", para lograr dañar a terceros y el "cealacha", mucho más de moda en ámbitos carcelarios, para conmover el favor de la ciega justicia por hambre, que se suele asociar al malogrado Mohandas Gandhi. El hambre del “Aíne Frithaire” chantajea y conmueve con eficacia a los dioses, los ata a nuestra voluntad. Igual que el arcoíris servía de “ancla” recordatorio al Eterno del pacto vinculante con los hombres, a través de la tormentosa gesta náutica de Noé, tras siete meses inolvidables.







Privar al estómago y a los sentidos de su habitual alimento, supone atravesar el contraparto, natural pero anticipado, del paso entre la vida y la muerte. La poción de muérdago e hidromiel posibilita, a posteriori, el tránsito -más arduo- que supone rítmico parto que lleva de la muerte prematura a la renovada vida, acompasado por el “llanto y latir de la tierra” que trota desde el “eje que une los mundos” y los encanta con su arrullo. Ayuno tras ayuno, parece que la única forma de elevarse sobre las tinieblas es aceptarlas. El regreso desde esa alcoba, ya no muestra un mundo hostil e imperfecto, sino pleno de oportunidades para amar y dejarse amar. Un verdadero don que transforma para siempre la mirada. Per aspera ad fontes.



Tarbh Feis


“En ese día, parecerá evidente que la verdadera soberanía
pertenece al Más Misericordioso.”
(Qurân 25, 25)

“Quién anhela el verdadero conocimiento,
ya está ubicado en la senda intangible que conduce al Paraíso.
Sólo le resta Caminar. Caminar. Caminar.”
(Abu Hurayra)





La familiaridad con el pozo de la propia tiniebla interior que trae el cotidiano meditar, nos permite vislumbrar la irrealidad del mundo, su inconsistencia, su inhóspito reflejo. Comienza así la necesaria locura y desvarío, las ambiguas tinieblas de la ignorancia, la vivencia del exilio, el abismo que se oculta tras las ruinas del espejismo, allí donde fructifican, cobran forma y color imaginales, por primera vez, las temibles sombras.

Aquellos oscuros impulsos que antaño nos trajeron la compulsión al olvido y la inconsciente negrura son entonces compañeros y testigos en nuestro solitario camino hacia la cifra de nuestro destino, al fin, revelada. Surge así un espacio interior, pleno de belleza y colorido, capaz de fascinar al alma, en el que aparearse con atenta intención de unidad, como pertinente dote y testigo. Fertilidad creadora, equilibrio de contrarios. Cuando se entiende bien, nada tan cosmológico como lo sexual. Por desgracia, para la gran mayoría, la memorización, el estudio, la lectura, la escritura, la reflexión, la comprensión y la contemplación, son previos al ansiado coito sagrado.




miércoles, 15 de agosto de 2012

Alacena del corazón

“Algunas almas se muestran cuál pura luz de luna.
Otras, más irisadas, ofrecen ofídicos rasguños pálidos.”
(Plutarco, De sera Numidis Vindicta, XXII)






La metafísica de la luz siempre distingue entre la mirada divina, la mirada sagrada y la ceguera. Así la luz y las tinieblas pueden ser consideradas bajo esta triple perspectiva tan ajena a convenciones y consensos, inmersa en la fértil elocuencia transformadora en la que se estructuran los distintos órdenes  simbólicos, la que garantiza la reflexión paradójica, aquella que resplandece luminosa para el alma.

De algún modo que aún no comprendemos bien, el alma sabe que toda luz proviene del interior. Sin esa luz, el mundo enmudece en la sombra, se torna huella. Desde ella, en cambio, la total oscuridad se revela fuente luminosa. Esa forma de estremecer el lenguaje y torcerlo más allá de toda posible polisemia fatiga y agota cualquier clase de lógica, sobre todo para quienes aún confunden alma y retina.

La mirada divina construye la necesidad. La mirada sagrada revela la arbitraria posibilidad del azar. La ignota ceguera nos oculta nuestra total falta de libertad y nos inventa responsables. ¡Como si fuera posible escoger la mirada o el alma de la música se agotase en la partitura! Sabiduría ensoberbecida que confunde cifra y descifra, hermenéutica con coleccionar diccionarios de símbolos, el 1,3 y el 1,6, palpando a tientas, tropezando con las sombras, sin ochema ni auge, incapaz de encontrar, caleidoscópica luz sobre luz, la alacena del corazón.





Dios mediante

“No hay nada cuyos tesoros
no se hallen ya en nosotros.”
(Qurân 15, 21)

“Lo que no puede ser logrado,
no debe ser llamado.”
(Zohar)







Nuestra existencia tiene lugar en una realidad cuyo verdadero sentido se nos escapa. Nuestras vidas transcurren ensimismadas, ajenas a aquella realidad que las da lugar. Desconocemos por qué somos como somos y lo que somos. No sabemos prácticamente nada. Ignoramos por qué sucedieron las cosas, lo que las hace suceder en este mismo instante y cómo habrán de evolucionar en lo sucesivo. En realidad, estamos casi totalmente extraños a la verdadera realidad. Quizá nuestro único y mínimo contacto con ella sea la duda cartesiana, el trasunto indudable de nuestra propia extrañeza. Nuestra certeza de carecer de certeza alguna. Disfrazamos nuestro permanente auto engaño de “certeza” y nuestra permanente improvisación de “control” y así, sin rumbo, se nos pasa la vida mientras vamos tirando.

Un paso más consigue traspasar el umbral, permite el más leve contacto con lo Real e inunda por completo nuestro entendimiento, transformándolo todo. Y ese paso depende tan sólo de nuestro deseo, de nuestro anhelo auténtico de darlo. Luego, queda atravesar los ocultos palacios hasta conseguir llegar a la alcoba, descubrir el secreto que aguarda bajo los vestidos y propicia el angélico encuentro en una solo alma. Si de verdad quieres descubrir el significado de tu propia vida, ¿a qué esperas? Es muy sencillo. La ciencia que te permitirá sentir y conocer la realidad en la que existes está al alcance de tu verdadero anhelo. Atraviesa el umbral. Mientras se acerca sigilosa tu muerte, ¿que tal si empiezas a tomarte las cosas en serio y das tú el primer paso? ¡Hay muchos mundos –tan ocultos a tus sentidos como maravillosamente reales- aún por descubrir! La rica variedad de la periferia emana de un único centro ¿Sabrás hallar (recordar) aquella teofanía que, desde lo invisible, se despliega ahora en ti?





martes, 14 de agosto de 2012

Frustrada mirada


“Así, dame tu mirada una y otra vez,
para que regrese a ti deslumbrada,
humillada, vencida…”
(Qurân 67, 4)

“Gozos y sufrimientos de la luz,
los reflejos cromáticos nos muestran la escala
por la que se alcanza la Vida.”
(Goethe, Fausto)






Aunque el misterio del conocer se imbrica en los actos del sentir y del pensar, no se agota en ninguno de ellos. El desdeñado mapa del alma humana, toda vez que se resiste a ser cartografiado, delimitado o aprisionado por la forma o la palabra alguna, persiste como certeza inefable, capaz de abrasar el fénix de la imaginación creadora y darle renovada vida, latido luminoso y tornasolado, gozo coloreado y vibrante a lo que antaño fuera sombra gris, fáustica ceguera espiritual, recuerdo incomprensible, ceniza.

Recobrar la experiencia de lo sutil en la conciencia. Mirada interior que se sabe, porque se reconoce,  mirada. Instante elocuente en el que brotan y confluyen dos mares, la mirada y el sentido, percepción y significado. Pura apertura, vacía e insegura, que todo lo abarca y lo entiende, encuentro imposible entre los mundos tan distantes. Regreso. Ascenso que reúne. Aprender a rescatar la luz de la mirada, a mirar desde el reencuentro del alma, una vez, claro está, que ésta haya sido recordada, esto es, devuelta al corazón que sabe.

Luz sobre luz, que no necesita sombras, radiante aceite que no requiere llama, una mirada así, no se limita a ser testigo: requiere la luminosa caricia y sale a abrazarse a los colores, recuerda el compromiso, germina lo real. Cuando el alma se torna un mapa inútil ¿quién necesita razones a falta de memoria? ¿Quién le recuerda a la frustrada y estéril ceniza que un día fue resplandeciente gozo y sufrimiento, ardiente brasa? ¿Quién le devuelve la verdadera mirada? La que no se dobla. La que no da marcha atrás ni pasos en falso. La que no traiciona lo real. Aquella capaz de besar la luz que la besa.