sábado, 29 de junio de 2013

Pardesh

“No odiéis ni deseéis nada:
éste no es vuestro mundo, extranjeros.”
(Basilides)




La brutal maniobra distractora que asedia por doquier el corazón humano con un sinfín de aterradores miedos y la promesa de los más variopintos placeres, no ha sido capaz empero de lograr acallar, allende milenios y siglos, el estremecimiento metafísico que, de cuando en cuando, sacude misteriosa e ineludiblemente el alma de ciertos seres humanos. Allí donde y cuando el Espíritu sopla, caprichoso, nada ni nadie puede acallar su llamada, poderosa fuerza dinamizadora de aquello que es, por encima del afán de tronos, potestades y dominaciones, esencialmente humano: la fascinación de la carne y la sangre por lo sagrado.


Espíritu, siempre tan libre y liberador que, gracias a Dios, se resiste y resistirá a ser monopolizado por ninguna de las cientos de miles de religiones curiales u obediencias pasadas, presentes y aquellas otras que aún nos están por sobrevenir. Experiencia transhumana plena y gratuita que, venciendo cualquier tipo de abusos, cercos, límites, métodos, esquemas, banderas, barreras, leyes y fronteras neo-inquisitoriales, aún nos refina, cualifica y hermana en el más puro conocimiento de la verdad. Pese a quien pese (dioses), caiga quien caiga (tronos, torres y autoengaños), eterno paráclito y creador, ven (si quieres, claro) e infunde en nuestra alma permanente virtud.




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