A la experiencia compasiva, nutricia, impulsora y llena
de fuerza de ese misterioso don por
doquier a Jesús de Nazaret le gustaba llamarla “Abbí”. Esta familiaridad
con aquel precioso don omnipresente al
que, por lo normal, nosotros preferimos olvidar o evitar, es lo que
terminó por derribar al mercenario Saulo de Tarso del caballo, camino de
Damasco. Un íntimo fanal consistente en escuchar y actuar, desde el que ya nada
volverá nunca a ser igual, aunque, paradójicamente,
nada habrá cambiado ni un ápice.
Consentir el don, rendirse y transformarse en él, día a
día, necesariamente habrá de brindar sus frutos.
Ven y verás la escondida diosa que te aguarda.
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