"Quizá,
lo que más reprimimos en nuestra sociedad no es el sexo sino el deseo de
belleza sin riendas, como ocurre en el deseo de los niños de vivir enamorados
de las cosas (como Pan), de unirse con ellas sin pena, enfrentados siempre
con los extremos en las fronteras de la curva de la normalidad. A este esquema
de lo más reprimido habría que añadir a también a la muerte y a la senectud
como imagen progresiva, lenta e intolerable de la muerte. Reprimimos y
expulsamos a la vejez para que no nos recuerde la muerte que seremos, las dos
terminaciones nerviosas de la existencia humana, que se tocan remotamente en el
azul de otro mundo... la posibilidad no reconocida de hacer de la vida una
alquimia interna. Reprimimos a la vejez porque nos recuerda la inevitabilidad de la muerte; así nos aferramos ilusoriamente a esta vida material, ignorando la gran frontera que la llama y la posibilidad que la misma muerte nos ofrece para enriquecer la vida..."
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