El panorama de la sci-fi nos ha vacunado contra la amenaza de que en un futuro próximo la inteligencia artificial se ponga en nuestra contra. La historia de la civilización se fundamenta en que hemos pensado el mundo siendo el pináculo de la inteligencia, premisa aún por demostrar. Cuanto está aún por venir escapa a nuestra comprensión, no tenemos prospectiva suficiente para avizorarlo. Nuestra intuición se torna precaria sobre riesgos tan poco confiables. La emergencia de nuestra dependencia es inevitable, dado que nos gustan aquellos dispositivos que hacen la vida más fácil e interconectada. ¿Cómo podría una inteligencia (limitada por la neurología y los patrones biológicos) competir con superordenadores cuánticos autónomos?
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