El agua va a los lugares despreciables sin temer ser
afectada, pues está vacía; la virtud del corazón sabio, que le permite resonar
con los más desafortunados y extender su compasión atenta, sin verse
contaminado. El agua no se mancha, todo oscurecimiento es meramente adventicio.
La persona verdaderamente miserable y ruin quiere es ser el objeto de la
sincera atención ajena. Un alma sabia no proyecta deseos o juicios; no busca
satisfacer su propio deseo "altruista"; solo atiende y resuena
con la desdicha. Su atención se convierte y disuelve en amor. Su sentido es
fluir en armonía con el ritmo de la naturaleza, practicar una virtud que nace
en la alquimia interna, basada en aquella serenidad y quietud donde todo se reúne, discurre y sucede naturalmente.
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