La
nueva normalidad, instaurada como respuesta a la pandemia, priva nuestra
existencia del sentido, convirtiéndola en una vida
extraña que se prolonga y que no nos permite ni vivir en paz ni morir
rápidamente. La protección budista ante el dolor y el sufrimiento paradójicamente nos
mortifica, nos termina excluyendo de la propia vida. No importa
cuánto tiempo vivas, al final morirás: y hasta que finalmente mueras, tienes
que vivir. Nuestra vida es una decisión, una
obligación activa.
En el permanente balanceo entre depresión y animación del mundo
confinado, habremos de vivir atentamente, esto es, con la máxima intensidad. Quizá
la única receta de resistir la pandemia es continuar viviendo como siempre.
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