"Esa mañana,
el indigente rabino Aizik de Cracovia, volvió a soñar que debía hacer un viaje
a Praga porque debajo del puente que conducía al palacio encontraría un tesoro.
Cuando llegó a la ciudad se dirigió al puente, pero no se atrevió a excavar en
el lugar previsto porque había muchos centinelas vigilándolo. Indeciso, se
quedó rondando día y noche, hasta que en una ocasión el capitán de los guardias
se le acercó para indagar sus intenciones. El rabino le contó su sueño y el
capitán se echó a reír, pues le parecía una absurda tontería seguir designios
oníricos…"