Mientras
uno es todavía un ser sensible no-iluminado, cultiva el “orgullo divino” de
considerarse como un buda sobre la base del buda que uno será en el futuro. El
practicante del “vehículo diamante” se ejercita en la transformación de la
percepción en una visión pura, que emula la percepción de un buda, para
quien todo siempre estuvo iluminado. Así, uno utiliza el poder transformativo
de la propia iluminación futura en el momento presente, con el entendimiento de
que el futuro no es inherentemente real ni está separado del presente… así uno
permite que el futuro influya en el presente. Existe un enorme potencial de
complejidad e inteligencia para evolucionar, que emerge de entender nuestro
futuro (nuestra realidad última) sólo como semilla. Tal vez el libre albedrío es
una ilusión, pero seguramente entonces también lo es el tiempo. Y esta
distinción entre el pasado, el presente y el futuro quizás sólo sea una
persistente convención de nuestro lenguaje, de nuestra forma de interrogar el
universo, dando lugar a un mundo fragmentario con una aparente causalidad
unidireccional. El futuro puede influir en el presente o el presente en el
pasado porque no existen inherentemente, son inseparables. Sólo existe
realmente es este momento capaz de contener todos los otros momentos…
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