domingo, 8 de abril de 2012

La miel de Himeto

"No hay mejor ofrenda al templo
que la disciplina del alma."
(Jámblico de Calcis)

"Dijo el oráculo en Delfos,
que sólo cabe liberación al alma grande,
aquella que se inicia por sí misma."
(Proclo de Costantinopla)





En estos agónicos momentos finales de mi malogrado cursus honorum, en el que no se atisba ninguna sella curulis ni respaldo edilicio alguno en el horizonte, quiero cantar aún la gloria perdida de la gloriosa ANA, en esta aldea forzada a ser global, que reniega de Grecia Mater y en donde el resplandor de Fidias y el buen hacer de Pericles son ya una mera curiosidad, menos venerada que pasada de moda.

Continuaré honrando el beneplácito de Demeter (aunque aún me falta encontrar la media), celebrando mensualmente los misterios frigios y observando los días nefastos que nos legó en negro limo de Kemi. Mantendré constante mi devoción por los atributos paganos como la Isis de Filé, el Júpiter Marnas de Gaza, Teandrites de Pancaya o el mismo Esculapio Leontiqueo de Ascalón.

Me mantendré bien atento al epifánico susurro que destila la quietud de la noche, mientras regrese a mí el aliento divino, que agradecido entrego en sacrificio perpetuo, hasta que llegue la ansiada hora de volver a embarcar y surcar con raudo anhelo el cielo.  Que no necesita ábsides el peristilo oriental, que valgan, para que mejor resuene la evocatio durante el noctuno oficio divino del Consejo.

Y seguiré, mientras los dioses sigan siendo benévolos con su indigno siervo, dando testimonio de los preciosos hexámetros en lengua helena, diadoco involuntario y a destiempo, Proklos h peri eudaimonias mediante, que reniega de una Europa sin Hélade.

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