“No soy más que otra boca sucia
hablando en medio de un pueblo sucio.”
(Isaías)
“Ay de aquellos que hacen de la Sabiduría
su medio de vida, su negocio.”
(Rabí Moisés el Egipcio, hijo de Maimón)
El mundo sensorial, entendiendo por éste aquel que podemos llegar a percibir por cualquiera de nuestro indeterminado número de sinsentidos, únicamente supone un 3% del total. La realidad es, en su mayor parte, metafísica.
Una gran parte de la población, la gran mayoría, está muy satisfecha de desenvolverse ajena a tales niveles de incertidumbre, bajo lo que considera el control de su propia vida desde los designios de un yo autónomo.
El camino iniciático aspira a encontrar alguna forma de acceso a toda esa realidad trascendente, tan oculta como activa, tras lograr desembarazarse, durante la iniciación, de gran parte de aquellas estrecheces perceptivas con las que el “fantasma del ego” tiene brutalmente poseido al humano medio.
Haber accedido a la atmosfera angustiosa y onírica del Templo supone haber dado un paso transformador y transfigurador hacia el escurridizo ámbito de lo real.
Ahora que estamos siendo cocinados a fuego lento como la rana del cuento, y entre recorte y recorte, estamos inmersos en una nueva guerra mundial sin casi darnos cuenta, parece oportuno proponer a quién esto lee que se distraiga de sus distracciones y encare con valentía y rigor su lugar en el mundo.
La huella del origen de la vida que parece perderse en su evolución, queda impresa no obstante en el decidido movimiento de aquella hacia la conciencia de sí, su verdadero destino.
En ese devenir el ser humano deviene mago, síntesis transmisora del impulso creador que anida en él en forma de anhelo tan intenso como indeterminado. Una sola respiración, un paso consciente basta para devolvernos al Reino, a la Tierra de la Conciencia Pura, para traernos de vuelta a casa.
Descubro así Qué soy, Quién se asoma a través de mis ojos, alienta mis emociones, enternece mi corazón y le devuelve la paz al Alma.
Nuestras cualidades o defectos sólo hablan de la mera fase circunstancial, ocultando lo esencial del proceso que cada uno de nosotros está llamado a vivir y materializar. La falta de conciencia en nada enturbia la buena marcha de las cosas. Sólo logrará alcanzar la meta del gnóscete ipsum quién esté llamado o llamada a hacerlo. Eso es lo que a ella o a él le toca. Los demás continuarán con su digno papel de bastidor o decorado.
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Si lo esencial del ser humano es la naturaleza amorosa que logra cohesionarlo, su inteligencia indagadora, su conocimiento auto reflexivo, su necesaria inclinación a lo trascendente, su dirección irreversible hacia mayores cuotas de consciencia, cualesquiera que sean las formas que adopte en su andar, parece claro que, pese a su fenotipo, no todos están genéticamente llamados a ser humanos. A algunos les toca trancurrir y suceder en la penumbra.
La conciencia humana influye en la composición de la realidad. Los seres humanos actuamos sobre el mundo en la medida que lo observamos. Aunque en nuestra vida cotidiana las cosas parecen existir independientes sin que pongamos nada de nuestra parte, nada ocurre como parece. Lo que no dejó de traer fuertes dolores de cabeza, acidez de estómago y notables crisis de angustia a pensadores materialistas de la talla de Albert Einstein, o Max Plank.
El hecho de que no hay realidad sin conciencia no planteó tantos problemas a físicos como Wolfgang Pauli o Neils Bohr ni a matemáticos como Hermann Weyl con su modelo de “campo”, ni tampoco a otros como Werner Heisenberg, Erwin Schrödinger, Fritjof Capra, Gary Zukav, John Wheeler o el malogrado biólogo Rupert Sheldrake, mucho más abiertos a la posibilidad de la indestructibilidad de la Mente por el Tiempo. Tiempo que ahora que se acelera, nos hace caer en la hinosis de que todo este esfuerzo parece haber quedado atrás en el sutil holograma de lo real. Parece. Sólo parece.
Nacemos llenos de potencialidades pero frágiles y necesitados, condenados a ser forma o fondo, al amor o la resiliencia que aparecen de forma impredecible en el tapiz de la existencia. Buenos y malos se suceden y relevan, haciendo -lo mejor que saben y pueden- cada uno su trabajo. Conscientes o no de su poder creador, todos igualmente condenados a ser libres, forzados al unísono a ser –lo quieran o no- responsables.
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Traspasa así el lector un umbral capaz de devorar el tiempo y devolver a su identidad todo el abanico completo de oscuras irisaciones que pueblan nuestros sueños más secretos, espejo crucial en el que al fin podemos llegar a conocernos y reconocernos.
Nuestras tan brutalmente aterrorizadas angustia y desesperación actuales, son eficazmente disipadas en los momentos de mayor oscuridad por los fragmentos contrapuestos que contienen una clara y luminosa enseñanza de alta sabiduría. En esos momentos, no es el ser dormido quien habla, sino el que se mantiene en vela, el que está despierto se haya dentro.
Se avecina el nacimiento de un “tiempo nuevo” en el que la humanidad sufrirá las convulsiones de un parto. El sendero que conduce a la vida eterna es delgado como el filo de un cuchillo, pero puede recorrerse a condición de no mirar a otros sino de mirar dentro de uno mismo. Es quien mira a los demás, quien termina perdiendo el equilibrio y cae. La serpiente cambia de piel. Espíritu invisible que vive eternamente y, en unión con todo, todo lo hechiza.
Lo masculino y lo femenino no estarán solamente en relación de polaridad, pautas genitales y emocionales insuficientes para aproximar a ambas partes a la trascendencia como lo logra una tensión espiritual y un antagonismo reales. Como bien saben cuantos han despertado y velan, controlando el destino de la humanidad, es absolutamente necesario morir y resurgir completamente del reino del espíritu en cada orgasmo.
Ardua y fértil es la tarea del autoconocimiento. Ella es la que hace de cada uno de nosotros un verdadero mago, creadores a imagen y semejanza del Creador.
Un nuevo libro, una nueva arma de destrucción masiva mientras la censura lo consienta. Queda bien advertido quien se acerque a esta obra sin la magnanimidad suficiente de que se haya expuesto a cometer una suerte de suicidio intelectual sobre sí mismo y el confortable nido de certezas que le rodean.
Y dado que no hay mal que por bien no valga, podrá así el lector que se aventure a digerir estas tóxicas páginas darse la ocasión de comenzar quizá una nueva vida, lejos de la realidad consuetudinaria y bien a salvo de su formidable patraña.
(Prólogo del próximo libro: Conócete a ti mismo)
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