miércoles, 4 de abril de 2012

Balance y cierre

"No existe mayor tortura ni peor desgracia
que la esperanza."
(Kapilá Muni, s. VI a.C.)


"Purusa significa: Aquel que disfruta,
esto es, quien no produce ni es producido.
No otra cosa es el Espíritu."
(Isvara Krsn, Sâmkhya Kârikâ)



Resulta fácil imaginarse la gran excitación aquel jóven iniciado en los misterios de Apolo, con apenas veinte años, al divisar al fin las costas de Rakotis, como colofón del viaje instigado por el hiperboreo Abaris y a instancias de sus venerables maestros Ferécides, Tales y Anaximandro, para así empaparse de la sabiduría de Kemi en Iunu, Inebu-hedy y Uaset. 
Fue allí donde aprendió la importancia del secreto y la pureza, como garantes de la areth, que posibilita el encuentro con el propio neter, tras el skhm jchet, en el marco ritual del per-ank, primero de los shem netjer egipcios y luego de los magi medos en Ka-dingir.
Con tan sólo treinta y cinco años, fundaría su primera escuela de misterios, el “Hemiciclo”, en Samos, aunque sin ningún éxito: “nadie es profeta en su tierra”…
Fueron los iatromatis apolíneos, de la escuela de Elea, quienes más le insistieron e invitaron a migrar hacia Crotona, dos años más tarde, y establecer allí su sinagoga. Así, la semilla de los matematikoi y akhousmatikoi pudo arraigar firme en el sur de italia y extenderse por Sibari, Tarento y Metaponto.
Esta última fue la que hubo de servirle de refugio, huyendo de las hostilidades del despechado Cilón, a Ptah Goré, o el “Gran Ptah”, nombre iniciático con el que fue reconocido en Egipto, que aún pudo regresar a Crotona con cien años y todavía llegar a abrazarle el alma a Empédocles.
Afortunadamente no vivió lo suficiente como para llegar a ser testigo de la tragedia ocurrida en la Casa de Milo, ni para ver como le arrebataba los sagrados números -para así prostituirles, sin el menor escrúpulo- la vil bajeza de los mercaderes.
Pese a quien pese, las escuelas de misterios aún siguen vivas, aunque ahora extremadamente escondidas y, prácticamente invisibles, cumpliendo con eficacia en la actualidad su misión fundamental: la de renovar en el ser humano el contacto, la comunión y unión con lo divino, la virtus teúrgica, fundamento sin el cual el resto de virtudes físicas, éticas, políticas, catárticas y teoréticas, han de resultar prácticamente espúreas y del todo vanas e impostadas, meros simulacros carentes de sentido.
Fue tan sólo cuando los sacerdotes perdieron su Virtud, según nos cuenta Marino de Neápolis, cuando el limo negro surcado por el fecundante padre Nilo –como sucede a tantos y tantos  imperios de antes y después- vió mancillada y extinta su hegemónica gloria. Allí donde antaño hubo un faro que iluminaba a lo mejor de la humanidad, hoy sólo quedan inscripciones sin vida y lerdos turistas haciéndose fotos entre las ruinas.
Nada nuevo bajo la atenta mirada de Rá. Nada nuevo. Manifiesta terquedad la de quienes se obstinan en negarse a reconocer que están ciegos.


Quienes añoran poder regresar a un reconfortante pasado, o aguardan llenos de temor la llegada inminente del amenazador futuro, pertenecen a una misma subclase de seres infrahumanos: los cobardes.

Quienes habitualmente presumen de buscadores y dicen hayarse preocupados por encontrar la verdad, el conocimiento, la liberación interior o la luz... no lo están. Sólo es una mera pose ficticia que encubre su verdadera condición: la de unos vagos irredentos que buscan una salida cómoda y fácil de la carcel de la existencia, sin hacer el menor esfuerzo. Liberados de salón y pantuflas, que para escapar de la falacia materialista se arrojan en manos de la falacia salvacionista. Y viceversa. No engañan a nadie. Dignos herederos de Cilón, son indignos merecedores de adentrarse en los secretos misterios.


"El mercenario guerrea por la paga.
El soldado de ley, por sentido del servicio.
El verdadera kchatriya, para alcanzar la victoria.
Sólo el virya lucha porque no puede hacer otra cosa.
Nada debe. Nada ansía. Nada busca.
Igual que la luna resplandece, las gopis danzan
y la abubilla instruye... él se entrega al combate."
(Shamkara Acharya, Comentarios al Vedanta)


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