martes, 22 de mayo de 2012

Eco despreciada

"La humanidad se extingue
en todos aquellos que guardan silencio
ante la tiranía"
(Éxodo 14, 13)


"Y cuando todo esto suceda,
erguíos y levantad la cabeza:
se acerca el Reino."
(Lucas 21, 28)






Cuando Hades secuestró a Perséfone en la pradera de Nisia, según nos cuenta la tradición, lo hizo utilizando un señuelo más que inapropiado, pero muy eficaz: la hermosa, aunque maloliente, flor del Narciso. Se aprecia así, cómo lo fingidamente semejante atrae con fuerza a lo semejante, como demuestra la ciencia del camuflaje.   

Desde que el egocéntrico Sigmund Freud cuestionara la adecuación a la normalidad del vulgar amor propio[1], ha llovido mucho. Sin duda ese debía ser un rasgo de personalidad que llamaba su atención en la medida en que el padre del psicoanálisis[2] se proyectaba en él, y, ejerciendo la noble tarea de fiscal-terapeuta, (¿Quién vigila a quien vigila al policía?), le cargaba el muerto sus clientes-pacientes.[3]

Conlleva implícito un proceso recursivo: se ama al que se ama a sí mismo. En otras palabras, Narciso no cayó en la trampa de enamorarse de su reflejo en el agua, sino del amor que vio reflejado en el espejo de sus ojos.





El concepto ha sido contaminado por la aristotélica noción de virtud, que entiende ésta como moderación entre excesos. El engaño reside en que quién decide los extremos lo hace bajo un criterio parcial, esto es, aquel que se establece en torno a ciertos intereses propios.

Una vez más, parece cierto el aserto de “quién hace la ley, hace la trampa”, o aquel otro que de igual manera sostiene que “quien parte y reparte, lleva la mejor parte”. Y no digamos, aquel otro de “el primero, capador”. La desconfianza paranoide de que hace gala del refranero popular, resulta proverbial.

Pongamos un ejemplo práctico: ¿Qué crees que iba a ocurrir si otorgamos a una persona muy envidiosa la responsabilidad de evaluar las habilidades de alguien? ¿Coincidiría su calificación con la misma que podría hacer de sí misma la persona interesada? ¿Quién puede juzgar a quién?

En el caso de que nuestro supuesto envidioso evaluador sentenciara: “el sujeto sobreestima sus habilidades y tiene una excesiva necesidad de admiración y afirmación”, ¿cómo podríamos estar seguros de que dicha sentencia está menos movida por su envidia que por su “juicio de objetividad”?



El dilema es irresoluble. Hace mucho tiempo que tomé clara consciencia de que el mejor modo de manipular a alguien consistía en ser el primero en decirle en tono suave pero firme y, lo más importante, ¡en público! la siguiente fórmula mágica: “Mira que eres manipulador”.

Si tenemos en cuenta el diagnóstico oficial, lo que único que separa a la persona narcisista de la psicopática es su carácter neurótico: Narciso sufre cuando los demás no atienden su agudo egoísmo, aunque, al igual que el psicópata, también dé sobradas muestras del desinterés que siente hacia las necesidades y sentimiento ajenos. Al menos el psicópata finge ser encantador con el prójimo, lo que le otorga una mejor consideración social inicial. No tiene la misma suerte, en cambio, la persona narcisista, en una sociedad en los libros de autoayuda han conseguido estafar al imaginario colectivo, consiguiendo que la “moderada autoestima” esté sobrevalorada.

En los agitados tiempos que corren, ¿cuánto narcisismo podría ser considerado como lícito o saludable?

Los antiguos tenían términos muy ricos en significado que no son contemplados desde la etiqueta oficial.[4] Así encontramos términos tan variados como soberbia, vanagloria, altivez, chulería, arrogancia, presunción, orgullo, vanidad, egoísmo, egocentrismo, dominación, beneficio, interés, derecho al abuso…, por lo que se refiere a la banda latina. Grecia, por su parte también nos obsequia con otros, quizá algo menos conocidos, al menos fuera de aquellos ámbitos que consideramos especializados: hybris/némesys, élite…

La sociedad de consumo, que sabe más psicología que muchos especialistas, nos refuerza centrífugos con eslóganes centrípetos: “lo que tú necesitas” (compra). La religión nos reclama antes centrípetos, para condicionar mejor de este modo el desenvolvimiento más benévolo de nuestra centrífuga ética: “ama a tu enemigo” (examina tu conciencia). Por eso la mónada simboliza de un modo certero el continuo vaivén en el que ha de transcurrir la dinámica de nuestra vida.



El devenir de los tiempos ha ido intencionalmente encaminado a potenciar nuestro individualismo hasta niveles que hace unas décadas hubieran escandalizado a nuestros padres. Desde las más variopintas áreas de investigación se ha recomendado a los gestores la necesidad de aislar al sujeto, no en orden a fomentar su autonomía, sino su dependencia y, con ello, su total sometimiento y docilidad.

Comenzaron suscitando la desconfianza por el grupo comunitario, luego el objetivo a batir fue la familia y por último, la pareja a sucumbido al embate. Ansioso, desasistido, solitario, el individuo busca compensar a toda costa su angustia vital y la pérdida de cualquier clase de lazo afectivos consumiendo. Aceptará las condiciones degradadoras más extremas, incluso la esclavitud laboral, con tal de tener acceso al consumo: Tanto tienes, tanto vales. El mercado no necesita ya seres humanos, en cuanto estos no supongan, de forma directa o indirecta, flujo económico. Hoy sólo hacen falta los clientes.

Cualquier umbral de narcisismo es admisible, en la medida en que te lo puedas costear. De lo contrario más vale que te  busques un terapeuta o psiquiatra que no sea muy caro. Nadie estará dispuesto a aguantar tu egoísmo gratis. Malos tiempos para la lírica.

Mandan los mercados. Proporciónate una apariencia adecuada, disfraza tu olor nauseabundo con un aroma de moda, construye tu autoestima a golpe de Visa. Eres el Narciso que estamos buscando. “¿Quería alguna cosa más? Tenemos en promoción…”




Podríamos seguir nuestra enumeración hablando, por ejemplo, de colectivos narcisistas, que exhiben sin pudor su orgullo, países narcisistas que sienten natural su derecho a colonizar a otros “inferiores”, especies narcisistas que confunden el término medioambiental con “a la medida de mis necesidades”, religiones que, en su narcisismo se sienten “elegidas” por el mismo Dios, razas narcisistas, etc., etc.

La postmodernidad tiene muy a gala el ser narcisista y proclama enardecida el “todo vale” en la medida en que rinda culto al “YO”. La hamartia de Narciso supone una salutífera y necesaria catarsis en el corazón de los más dóciles espectadores del mito. La lucidez, en cambio, habrá de conformarse con extinguirse poco a poco, en los abismos de la general sordera de los tiempos, casi imperceptible, condenada a la inútil reverberación del eco.  

Preguntado Tiresias sobre la esperanza de vida del fruto de la violación de Liriope por Céfiro, aquel ciego clarividente sentenció la clave del asunto: “Sí, siempre y cuando nunca se conozca a sí mismo”. Pocas veces se ha dejado algo de suma importancia tan claro: el módico precio del autoconocimiento es la propia muerte. ¿Te animas?




Extracto de nuestro libro: Cónócete. (Próxima aparición)





[1] Introducción al narcisismo (1914), WW 14,2, Amorrortu
[2] Técnica psicoterapéutica que basa parcialmente en la clásica incubatio, aunque su autor no reconoció esta deuda ni con el mundo clásico ni con la cábala. Iba de “inventor”.
[3] Un párrafo tan hostil ¿podría llegar a ser considerado Edipo profesional? Nunca se sabe.
[4] NPD, DSM IV

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