“Amo a quienes unidos me aman.”
(Proverbios 8, 17)
¿Cómo medirnos la conciencia,
cuando cada día asumimos que el abismo se ensanche más y más entre nosotros? ¿Acaso
hemos olvidado que el silencio entre dos notas, del modo más misterioso, las
une para siempre en nuestra alma? ¿Sucumbimos de nuevo a la llamada del pasado
que intuimos en el canto de las sirenas?
Quizá nuestra vida no nos
pertenece. Del vientre a la tumba, estamos unidos a cuantos nos precedieron en el
pasado, a cuantos acompañan hoy nuestro presente. Así, en cada crimen cometido,
en cada gesto amable, alumbramos también, de un modo irremediable y preciso, sin
saberlo, nuestro futuro.
No suele ser buen esclavo quién
recorrió las vidas y los mundos. Incluso ahora que las mismas fuerzas ocultas
que mueven el mundo agitan nuestros corazones y se revelan certeras en nuestro
interior, guiando por la senda del
eterno retorno de nuevo nuestros pasos. Antes de que podamos darnos cuenta,
regresamos al ara del sacrificio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario