“Podemos soportar una infancia marcada
por la desafección
paterna,
más no una existencia desprovista
de sentido.”
(Rollo May, Coraje creador)
“La conexión con la conciencia
transpersonal autónoma
(malintencionadamente llamada
inconsciente colectivo)
solo puede realizarse a través
del propio
(personal e intransferible a
cualquier clase de mediación)
proceso de individuación.”
(Carl Gustav Jung, Símbolos de
Transformación)
Toda experiencia inefable lo es
en la medida en que se resiste a ser confinada en los estrechos límites del
lenguaje racional (hemisferio izquierdo), decantándose más por la fértil
imaginación sobrerracional poética (hemisferio derecho) como eficaz soporte
simbólico que traspasa las barreras encorsetadas del sentido oficial, metáfora
creadora a través de la cual se vinculan operativamente y actúan entre sí los
mundos.
Conocer (y manipular) el poder de
símbolo permite modificar (abrir, ampliar, expandir…) la consciencia, cambiar
su grado y modalidad. De este modo el Arte instrumentaliza al artista para sus
propios fines y consigue a través de la docilidad y sumisión de éste su
verdadero objetivo, saltar el muro obstructivo y distorsionador del lenguaje y
conmovernos (atrapar, unirse, conectar, religarse a) el alma.
Por desgracia, resortes de acción
grupal artística, de una potencia inusitada (ya sea
en forma de danza, banquete o relación sexual), han sido intencionalmente reducidos
a vacuo disfrute, frívola distracción, necio entretenimiento, enervando el Arte
hasta que no quede de él más que su inerte sucedáneo. Cabe pues, si así lo
deseara nuestro lector/a, la noble tarea de recobrar la naturaleza original, no desvirtuada, de algunas
cosas, mientras se espera cierta la benefactora muerte.
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