“Lo que cuenta no es quién tiene
razón
sino, sobre todo, quién manda.”
(Charles Lutwidge Dodgson)
La acción humana tiene lugar bajo
un determinado número de grados de libertad o posibilidad, objetivamente dados,
que condicionan la intención bajo la que se aplica toda voluntad. Así cada
decisión, dentro de ese marco de referencia opcional, inicia rumbos
alternativos hacia destinos diferentes que, una vez que han sido tomados,
consideramos como los únicos que fueron posibles: “Así fue porque así lo quise.”
Toda idea imaginada sobre la que
no se ejercita una perseverante y focalizada voluntad, difícilmente se
materializa, de igual forma que las virtudes sin conocimiento (diseñadas por el
enemigo) devienen naturalmente en vicios debilitadores que neutralizan nuestra
capacidad de acción y reacción, garantizando la inercia programada.
Sin embargo, ni siquiera las más férreas
anteojeras sistémicas impiden al corazón bien orientado hacerse recipiente de
las más bellas formas, de las sutiles sonoridades que así nos despiertan y convocan
a la acción recta, a la vivencia del instante como teofanía irrepetible que de
un modo íntimo, inefable, se trazan a fuego en alma. Ese libro cordial ha de
ser nuestra verdadera brújula dorada allende el tránsito de mundos y vidas.
Certeza que guía, más allá de las muertes, nuestro anhelo. Dolorosa melancolía
que hace imposible el olvido.
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