“Vine para decir una palabra y la
diré.
Más si la muerte se adelanta,
ella la dirá mañana.”
(Jalil Gibrán, Lágrima y sonrisa)
Cuando nos asomamos al interior
de las cosas, de las personas, del mundo, nos asalta una sorprendente intensidad
vital que no deja entrever el infinito decorado de su apariencia exterior, como
le sucede al alba invisible que toda noche oculta en lo más íntimo.
Así, para borrar la cotidiana oscuridad
que asola y enfría nuestra vida, basta una nueva mirada, un ejercicio de
voluntad, de decisión súbita, un acto de conciencia será suficiente para que
aquella quede abolida y resplandezca la luz del alba.
Convivimos con los oscuros
rincones de nuestra alma, asumimos su tóxica familiaridad, hasta que un buen
día, sin saber muy bien cómo ni por qué, recobramos el anhelo de soñar e
iluminar de nuevo la trasparencia de nuestro pequeño mundo. Voluntad que aporta
cuanto sabe y cuanto ignora.
Ese tránsito aciago por la
oscuridad parece, a todas luces, algo imprescindible, necesario. ¿Qué sería de
nuestra luz sin el recurso transgresor de la consigna de la sombra? ¿Qué simulada
transformación cabe esperar sin su cuestionamiento? ¿Qué verdadero acto, si no
nace del conocimiento indeleble al experimentar la propia victoria?
Para descubrir que Órfalis ya era
el paraíso fue necesario volver hacia nosotros la propia mirada mil y una
noches. Lento tapiz que teje en nosotros la humildad intelectual, la coherencia
y la insobornabilidad de quién ya lo ha perdido todo y a nada externo obedece,
pues descubrió la trampa antagonista que impregna cada renovado instante.
Esa fuerza imparable habrá de
resurgir de nuestros escombros, con la tenacidad que cabe esperar a la promesa
divina. Campo escalar oculto tras la penumbra de las luminosas sombras que nos
revela que verdad y belleza no pueden ser cosas distintas, que, si no quieres
perderte en la arrogante impostura, ha de ser honesto el modo en que te ganas
la brevedad de tu vida.
En todo momento, pero sobre todo en las intensas horas felices de la fugaz existencia, han
de ser incondicionales tu profética luz y tu aroma. Recuerda que el escenario
es efímero, y sólo tu creador conoce la verdadera cifra de tu hora.
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