lunes, 20 de mayo de 2013

Un renacer inexplicable


“Cuando un secreto es verdadero,
resulta imposible revelarlo.”
(Carl Gustav Jung)

“Es tu intento de arreglar las cosas
lo que acaba por empeorarlas.”
(Alan Watts)



Cada uno de nosotros ha de aceptar –sean buenas o malas- sus experiencias vitales, procurando por todos los medios a su alcance no identificarse con ninguna de ellas. La plenipotencialidad del alma, al igual que le “ocurre” al no ser, en su genuina vacuidad, todos los posibles pares de opuestos imaginados e imaginables dócilmente en sí abraza y reúne. Tal es la dulce recompensa que le cabe a toda aquella persona que descubre la lana áurea del Vellocino de Oro, espejo inasible y cambiante, en su más central, profundo e íntimo seno.

Sólo a quién descubre y conoce así su alma, le cabe entender por qué tuvo alguna vez, en alguna parte, la necesaria ocasión de haber vivido. Saborear el precioso don del incesante dynamis arquetípico, tan arrolladora y sutil potencia transformadora y creadora, del propio e inexplicable escrutinio donde todo se descubre prueba, guía, tentación, destino que ha de ser rendido e integrado en una suerte consciencia cada vez más amplia.

Aventura fascinante y tremenda la de atreverse a internarse en la oscuridad e incertidumbre de la propia tiniebla, enfrentar lo numinoso para lograr al fin, tras ser incubados, renacer sin dejar de reconocernos. Quizá el mayor pecado –si no el único- sea la inconsciencia de la propia inconsciencia, aquella que convierte la posibilidad real de redención heroica y apoteosis en el sórdido, consentido, predecible y superficial simulacro del cotidiano autoengaño, tan propio de nuestros tecnocráticos tiempos.



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