“Ahora sé cuánta nobleza
cabe en el dolor.”
(Charles Baudelaire, Flores
tóxicas)
Lo único que aún podemos oponer a la perversa destrucción del ser humano es la construcción de un nuevo ser humano. Devolver
miseria por miseria es haber extraviado el equilibrio, resistirse a devolver
la incertidumbre de las cosas, trascendiendo la necesaria polaridad de las
formas, a su sitio y centro preciso,
creación eterna para quien sabe renovar a cada instante la mirada, para quien
guarda en su corazón los ecos de una belleza incomparable y cumple con su deber
sagrado de preservar el infinito amor a esa Vida que aún lo vivifica.
Quién pudiera volver a sentir la
belleza de la soledad, de la oscuridad y del amor imposible, con idéntico súbito
temblor con que el que se quiebran los ingrávidos, dulcemente gentiles y tan amados
mundos sutiles de aquel alma que, como la nuestra, como la de tantos y tantos
otros, antes y después, regresa ligera de equipaje, como los hijos de la mar. Desnudar la pena, el rencor y el desconsuelo. Un conocimiento que no requiere ya ser difundido, sino tan solo netamente saboreado.
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