“Feliz
quien comprende
la
causa de todas las cosas.”
(Virgilio)
“No
progresa sino quien regresa y comprende.”
(Durante
Alighieri, Vita Nuova)
Quienes,
llevados por un deseo de beneficiar a la humanidad o por simple infatuación,
depositaron toda su fe en la ciencia moderna y sintieron como ésta vaciaba su
anhelo de verdad, no debieran renunciar del todo a ella, sino resituarla, en su
justa medida, dentro de las limitaciones pueriles de cualquier lenguaje. La
ciencia tradicional, que nunca osó desdeñar la realidad autónoma de lo psíquico
ni tampoco la fuerza transformadora del símbolo, reaparece ahora como una
metodología superior por su carácter integrador, ya que se sabe una ciencia que
surge y se reconoce en el alma. Nada más absurdo que partir de la hipótesis –hoy
dogma casi inamovible- de que pueda llegar a darse un esfuerzo por conocer “incontaminado”
por lo psíquico.
La ciencia moderna se encuentra hipnotizada en el
espejismo tecnológico, incapaz de afrontar la sombra del saber tradicional, su
contrasentido. La buena noticia radica sólo en la realidad del hecho relatado: “El Reino se encuentra verdaderamente dentro.” Quizá sea por
eso que resulte un gran despropósito aspirar a una búsqueda solitaria, allí
donde nunca estaremos más y mejor acompañados, lo que en modo alguno significa
que todo el proceso resulte fácil ni agradable.
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