“Habéis reducido el hermoso espectáculo de la vida
en mero juego y
distracción donde alimentar vuestras
insaciables belicosidad,
vanidad y sed de codicia.”
(Qurân 57, 20)
La escisión dual de la conciencia, error cognitivo transformado en invisible dogma social, ha convertido a la occidental en una peligrosa contra-civilización ciega. El ancestral viaje de la autoconsciencia, lejos de propiciarnos una visión trascendente, nos mantiene atados a la inconsciencia.
Incapaces de reconocer en
los otros lo humano que nos constituye esencialmente, caemos en la trampa de la
instrumentalización que, como una suerte de boomerang kármico, termina por
deshumanizarnos y sumirnos en la trampa dicotómica de la percepción escindida,
separada así de lo real.
Cualquier esfuerzo por
resolver, superar, amortiguar, disolver, negar o trascender la angustia
existencial que germina de nuestra disociación de la realidad resulta vano. La
gracia y belleza reparadoras solo pueden provenir del tenue y dulce perfume de
una conciencia unificada.
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