“Quien se guía, lo hace siempre a
favor de sí mismo.
Quien se extravía, contra sí se
extravía.”
(Qorân 17, 15)
¿Cuántos de aquellos rumbos
espirituales que toman nuestras vidas no dependen sino de un azaroso y fortuito
encuentro, que nos marca para siempre? Ese encuentro se hace presente desde un
futuro que termina por justificar (aclarar) el metabolismo de nuestro pasado,
nuestro constante ir y venir, nuestros apegos y desapegos, el llanto que se
esconde tras nuestra risa, la risa que se abraza al llanto, la perpetua
gestación de nudos y tensiones que habrán de ser así libradas, conforme se
traza y resuelve el enigma de la propia vida.
Noble tarea la de reconciliarse
con el propio destino, recorriendo en primera persona cada uno de los eslabones
de su cadena, tejiendo cada nuevo e incierto capítulo, trazando un eficaz
diagnóstico a cada nuevo y preciso momento de lo real en nosotros. ¡Ay, si la herejía terminara con la baya!
Surcan el tiempo los fulgores de un respirar tan íntimo, allí donde el recuerdo
continuo opera la alquimia que transmuta al corazón liberado y termina así con
su sueño.
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