sábado, 25 de mayo de 2013

La copa

“Quien se guía, lo hace siempre a favor de sí mismo.
Quien se extravía, contra sí se extravía.”
(Qorân 17, 15)





¿Cuántos de aquellos rumbos espirituales que toman nuestras vidas no dependen sino de un azaroso y fortuito encuentro, que nos marca para siempre? Ese encuentro se hace presente desde un futuro que termina por justificar (aclarar) el metabolismo de nuestro pasado, nuestro constante ir y venir, nuestros apegos y desapegos, el llanto que se esconde tras nuestra risa, la risa que se abraza al llanto, la perpetua gestación de nudos y tensiones que habrán de ser así libradas, conforme se traza y resuelve el enigma de la propia vida.


Noble tarea la de reconciliarse con el propio destino, recorriendo en primera persona cada uno de los eslabones de su cadena, tejiendo cada nuevo e incierto capítulo, trazando un eficaz diagnóstico a cada nuevo y preciso momento de lo real en nosotros.  ¡Ay, si la herejía terminara con la baya! Surcan el tiempo los fulgores de un respirar tan íntimo, allí donde el recuerdo continuo opera la alquimia que transmuta al corazón liberado y termina así con su sueño.



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