“Sólo quienes amaestran su alma,
mañana, tarde y noche sin
descanso
habrán de cobrar la egoica presa.”
(Ibn Ayiba, Sarh al-Hikam)
No puede haber alegría allí donde
impone su dominio la soberbia ciega. La alegría nace del que ve el destino
previsto a su alma y precede a su dócil entrega. El alma no actúa más que
cuando se somete, frente a los espejismos egoicos que simulan llevar las
riendas. Quien conoce su mal desde ese mismo momento lo extingue porque se
extingue. La soberbia impera allí donde quién dice conocer su mal sólo finge
hacerlo. Bienaventurados los alegres, que conocen la fuente de su alegría.
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