jueves, 21 de febrero de 2013

Lamento por Ur


“No puede mi ciudad ser arrojada al oprobio,
ser así (con vileza) devastada.”
(Ningal, Génesis 11, 28)
 
“Con la docilidad del metal en el molde,
la sangre rebosa los socavones.
Los cuerpos se disuelven como grasa al sol.”
(Peter G. Tsouras)

 

 

 

A modo de escarmiento, la destructiva tormenta de Enlil, oculto artífice del clima, arrasó y sumió en fantasmagóricos escombros a la antaño orgullosa gran ciudad, sin que las lágrimas de Ningal lograsen conmover siquiera un ápice los cálculos de la asamblea. Huidos y dispersados en tropel los dioses, aborregados y cobardes, dejaron a merced de los vencedores el tesoro del templo, profanado ya en botín de reparto, y entre ellos estaba Taré, padre de Abraham.

 
Los cadáveres hacinados, inertes en las cunetas, reseco festín de los cuervos, olvidaron que, dentro de la órbita de la insignificancia, caben despechadas “furcias hiperactivas” que humean discordia. Pocos errores tan graves como el de menospreciarlas. Ares es testigo.
 
 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario