“El miedo es como una tormenta,
deja que pase a través de ti
y no desdeñes la valiosa lección
que se oculta en los
desperfectos.”
(Frank Patrick Herbert)
Creamos todo aquello que creemos o no. La creencia e
increencia son así las claves de nuestra capacidad creadora/destructora, como
sabe bien quien se gana los cotidianos garbanzos en la magistratura. El agua “obedece”
así a la forma del embase. ¿Y la forma? La forma obedece al creador. ¿Y el
creador? El creador obedece a la creencia. ¿Y la creencia a quién obedece a su
vez? La creencia es autónoma, lo que no significa siempre “rígida”, ya que, muy
al contrario, siempre (forzosamente e independiente del nombre que quiera
dársele) fluye. No hay pues, pese a quién le pese, acción irreversible. El
reflujo solo es el mismo fluir en sentido inverso. El orden radica en la
necesidad de fluir. El sentido, mal llamado “orden”, es algo totalmente arbitrario.
Quienes conocen el camino más corto, no ridiculizan los dogmas que obligan a
Dios a fluir ni equiparan piel con costra, ni proceso con estado, ni
experiencia con palabras. Precisamente quienes conocen.
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