“Merece pena de traidor
quien deja errar al rey
a sabiendas”.
(Alfonso X el Sabio)
Aquellos que gozan de una
posición relevante, de un puesto que proteger y salvaguardar, mantienen trás
de sí una sólida red de apoyo, un grupo afín que los sostiene. Los advenedizos sin
pedigrí, en cambio, serán perseverantemente erosionados por querellas e
infamias soto vocce, por hostilidades y signos de rechazo tejidos mediante
sutiles y aparentemente insignificantes gestos que lastran día a día cualquier
atisbo de posibilidad.
Pequeñas muertes que en modo
alguno defraudan a sus consolidados artífices, bregados en al arte de
sobrellevar la intriga, la perversión polimorfa, la traición y el latrocinio
con total virtud.
¿Tolerarán una huida que no
conlleve ostracismo? Al enemigo ni agua, cuanto menos darle ocasión hedonista
de gozar la inspiración, la duda creativa, la sinfonía sensorial, el misterioso
arte de vivir y morir como ser humano. Merece empero la acogida que se reserva al
intruso.
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