Por más que lo pretenda, la vorágine consumista, brutalmente mermada por la
caterva de malintencionados ajustes presupuestarios y psicopáticos recortes, se
muestra incapaz de falsificar o mitigar el misterio del alma humana en (a pesar
de) un mundo deshumanizado.
Allí donde las posadas “racionales” no tenían sitio, la tiniebla del
ruinoso pesebre es el marco armonioso donde duales emociones y duales
pensamientos aunados asisten al alumbramiento de la grácil posibilidad de lo
sagrado.
Lo sagrado asiste a la maravilla del mundo con dolores, miedos y un hambre
que aún no sabe expresar, pero también con una ingenuidad y una sonrisa
inefables que son don, y no un mezquino intercambio desconfiado. Un mundo armonioso,
paz en la tierra, gloria en los cielos, que no requiere de tecnócratas sino sólo
de una vera humilitas, bien adorable no por ser fruto de la victoria prepotente sino
de la más serena justicia.
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