domingo, 2 de diciembre de 2012

Lógica sagrada



“La palabra que del corazón sale al corazón llega.
El resto no pasa de las orejas.
(Al-Suhrawardi)

 

 

 

Frente al symposio, en el que necesariamente ha de tener lugar una comunión de Cuerpos, Almas y Espíritu, el diálogo resulta un proceso divergente y delusorio, acuerdo o desacuerdo, en todo caso nunca concordia. La aparente diversidad del simposio, oculta una unidad que se da en un grado más elevado e íntimo, la de conspirar, ser “una misma respiración”.

 

Cuando Parménides, en su calidad de sacerdote de Apolo, entregó la lógica divina a los hombres lo hizo para que ésta sirviera de escalera operativa al Cielo Olímpico. Esta lógica sagrada no habla sobre la realidad, sino desde ella, buscando transparentarla, no sustituirla. Una palabra que no disfraza sino, desde su poder, revela lo inefable. Quien domina esa palabra era y es quien merece el nombre de mago, una palabra que se abre a lo inesperado y lo desconocido.

 
 
 

La lingüística moderna nos ha acostumbrado a reducir la mecánica del habla en términos de verbos, sustantivos, adjetivos y pronombres, ocultándonos la verdadera dimensión sagrada de la comunicación, su irreductible misterio, levadura tan sutil como imparable. Aquel, y no esta mueca hiper-tecnológica que pretende hacerse pasar por desarrollo y progreso, sí que era un mundo verdaderamente global, mucho antes incluso de que hollara la tierra Bucéfalo, dócil bajo Alejandro.

 

No eran necesarios satélites de comunicaciones, bastaba compartir un único mundo imaginal y conocer el modo de llegar a él, para después partir. Otro tiempo, otro espacio y, en buena lógica, otras leyes nuevas. Comerciar así con lo sagrado y el don de su lógica. Un verdadero arte fenicio, no del todo olvidado, desde P’eime Nte-Ré, sobre la necesidad de hacerse así joven al envejecer, conservando empero un alma antigua: sabia.
 
 
 

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