“Vino que alegra el corazón,
olíbano que ilumina el rostro
y el pan que nos da fuerzas.”
(Salmo 104, 14-15)
Recorro las calles oscuras,
comprobando como se agotan los últimos resquicios del alma en las miradas asustadas.
Tiene que ser así. El eco interminable de las redes sociales termina por
agotarse buscando inútilmente su fuente, infinito es el poder de la dispersión.
El mercado, en su brutal anestesia, ha terminado autofagocitándose sin darse cuenta.
Miedo. Todo testigo así se redime.
Su mirada es siempre oración. Alejado de la ilusoria comodidad de la espiritualidad
impostada, la verdad no admite regateos.
Sufrimiento sagrado, por mínimo que sea su agónico aliento, ahora que el pábilo humea. Silencio. Silentium. Muein.
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