“Lo que vas a ser, ya lo eres.
Aquello que buscas, ya está en
ti.
Alégrate de tus sufrimientos,
pues me encontraste gracias a
ellos.”
(Alejandro Jodorowsky, La Danza de la Realidad)
“Aquella noche, cayó el color
sobre el espejo mágico.”
(Kennet Grant, La fuente de
Hécate)
Siempre y cuando se acuda
receptivo a la playa, desierto profano donde los haya, una de las primeras
cosas que uno descubre, es la de encontrarse ante la presencia (radiación) de
un organismo vivo, aquella que hace vibrar la luz y la atmósfera de un modo lo suficientemente peculiar como para expandir nuestra conciencia, fenómeno cuyos
réditos la industria turística no duda en explotar y, no digamos ya, la
sofisticada impostura de Silicon Valley. A día de hoy, la gente termina dándose
codazos por lograr hacerse con una mejor porción de las tifónicas bendiciones
del dragón, con su néctar de dopamina gratuita corriendo a raudales por todos
los entresijos de nuestras adormiladas glándulas, selladas desde la pubertad.
Pues, como bien dice la publicidad de no quiero recordar qué compañía de
telefonía móvil: “Lo importante es estar conectados.” o, más recientemente y de
una forma lo suficientemente explícita para el buen entendedor: “Power to you.”
Aún no lo suficientemente
restablecidas de los primaverales ritos de Mayo, la pineal y la pituitaria al unísono recogen los escondidos frutos del árbol de las Hespérides, amalgamando las
sutiles vibraciones dulces que provienen del alineamiento con/en el apurva, allí dónde
la conciencia atenta puede al fin, en deliciosa sinfonía, saborearlas. En la
proximidad del solsticio de verano, quizá valga la pena recordar que, pese a
que ya sólo los publicistas creen en ella, la magia es real y tiene un precio. Cuando
se trata de alcanzar objetivos, taumatúrgicos o de cualquier otra índole, es
importante saber encontrar el camino de menor resistencia, saber diferenciar
entre lo que uno desea y lo que uno realmente necesita. En una palabra, lo
verdaderamente importante es saber. Y eso lleva su (tu) tiempo. La experiencia,
como sabe bien el diablo, es el verdadero grado y fluye, manantial ambarino, como
la devoción, por nuestra sangre. ¿Quién pudiera solazarse en la playa, sagradas arenas
de San Pedro, tras la nocturna busca y colecta,
a lo alto, a lo bajo y a lo ligero, del trébole?. Como obligan los buenos usos y costumbres, los mis amores van.
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