“También deseamos amar y conocer
todo aquello que, de un modo u
otro,
despierta en nosotros el recuerdo
de lo amado.”
(Máximo de Tiro)
“Parece evidente a los ojos
sabios
que Dios conoce infinitos modos
de ocultarse.”
(Nicolás de Cusa)
“En mi celo por la virtud y mi
deber hacia los dioses,
fui repetidamente iniciado,
adoración sobre adoración,
misterio tras misterio, en innumerables
ritos y ceremonias.”
(Apuleyo)
El Asno de Oro le sirve de cómica
excusa a Apuleyo para desgranar el concepto pitagórico de regeneración (palingenesia)
y el platónico de transmutación (metempsicosis). El arte de entreverar los
secretos divinos en fábulas livianas y frívolas (disfraz órfico), esconder la
verdad tras la mendacidad del discurso mítico, ocultar ideas felices en la
vulgaridad, sepultar el genio protegido en la complacencia lúdica y la inercia
literaria de los lugares comunes, ya casi se ha perdido. Sólo nos resta dirimir
las torpes reflexiones de la blogosfera que, precisamente por incompletas y
frustrantes, ofrecen la posibilidad al avezado lector de imaginar con precisión
aquella parte que se oculta. Resulta así recomendable escrutar estas breves líneas, manteniendo
una circunspección vigilante. Mientras al amante amado (peritis viris) se le
permite gozar las mieles de la elocuencia inherente, al resto sólo les cabe
despertar la avidez de inacabables conjeturas en vano. Resuelto así el acertijo, muere la
esfinge más resucita el símbolo.
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