viernes, 5 de julio de 2013

Erotomaquia

"Gnosis tôn ontôn."
(Pitágoras de Samos)

"Unde malum et quare?"
(Valentín de Alejandría)




Quien conoce, puede. Al resto de seres humanos, frustrados e impacientes frente a su impotencia, sólo les cabe proteger su frágil estabilidad psíquica en una suerte de delirio de poder. La magia, pese a lo que muchos expertos pretenden hacernos creer, se encuentra del lado de los primeros. Su desprestigio sistemático es tan sólo una estrategia disuasoria que pretende proteger y ocultar una ventaja competitiva, vulnerable a la divulgación: la fuente del poder. Es entre los poderosos entre los que se esconde y oculta la verdadera magia. El resto, habrá de conformarse con padecer, en mayor o menor medida, los sutiles o grotescos efectos de la dominación, compensando su cotidiana frustración con distintas formas de evasión o distracción. Quien no tiene el poder, debe “imaginar”, sin embargo, tenerlo. Pues, reiteramos, solo quien conoce, puede. Y quien revela la fuente de su poder, la entrega, esto es, la pierde.




Ello explica la necesidad de camuflar y mantener un estricto disimulo sobre los mecanismos que ponen en marcha y mantienen girando el tiovivo del poder, la necesidad de discreción para impedir, contrarrestar, toda posibilidad de discernimiento de cómo son y funcionan las cosas, esto es, la magia del pragmatismo (dominación) ha de permanecer oculta a la mirada profana (dominados), a tenor de mantener la funcionalidad y eficacia del sortilegio. El ciudadano promedio vive ajeno al encantamiento socio-cultural, disfrazado de normalidad, al que vive sometido, produciendo y consumiendo (dos formas alternativas de un mismo ser consumido). Su certeza ilusoria le resulta mucho más digerible que el terrible tormento de la incertidumbre. Sólo una minoría afronta la responsabilidad de mantener a la audiencia atenta al ficticio espectáculo, accionando los resortes del apurva tras las bambalinas (o las cortinas, como el mago de Oz).




Es a estos últimos a quienes dirigimos la esencia acroamática de nuestra instrucción, aquella que aparece nítidamente descrita entre líneas, con el fin de mantener los privilegios de la élite explotadora lejos (a salvo) de la curiosa voracidad de la chusma explotada. Para ello resulta necesario prescindir del confuso e intencionalmente desacreditado término “magia” por otro mucho más afín al ámbito empírico de las ciencias psico-sociales: “demagogia”. La verdadera demagogia es la que no se nota, la que consigue desacreditar al adversario al conseguir más raudamente etiquetarlo ante la opinión pública de “demagogo” o aquella que disfraza los conjuros de antaño bajo la actual jerga legislativa. La agilidad es siempre un grado y parece que siguen siendo válidos y vigentes aquellos asertos que defienden que 1) la mejor estrategia de defensa es un buen ataque preventivo y 2) que nunca se esconde mejor la trampa que bajo el monopolio de factura de la ley. Al igual que ocurre actualmente con la ciencia y la técnica, la clave de la legitimidad radica en disponer de artificios con los que proteger la ventaja (patente) e ir (tratar de ir) siempre un paso por delante del enemigo. Prebendas del privilegio de legislar.



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