lunes, 8 de julio de 2013

Anagkê stênai

“Por el corazón puro se conoce la verdad,
en el corazón puro la verdad reposa.”
(Yâjñavalkya)



Durante el verano, al menos en el hemisferio norte, el periodo vacacional nos permite alterar el ritmo del frenesí cotidiano, entregándonos el don (para algunos la maldición) de tener más tiempo de saborear el tiempo y encontrar el método más apropiado de asimilar su primordial cualidad estival, sin dejarse embaucar por las apariencias.

La intensidad de la luz sobre las irisadas plumas de Uriel requiere de una lectura más sosegada, de mayor calma y atención, a riesgo de malinterpretar su crucial mensaje. Antaño, los sabios realizaban dicha lectura en alta voz, para saborear su estilo, impregnarse del vibrar rítmico entre pulsos y pausas y, sobre todo, cultivar la memoria del instante.




Leer la luz del verano, sin intención, sin dejar que interfiera ningún perverso criterio de rentabilidad funcional e instrumental de los que habitualmente nos intoxican, también es un verdadero arte. No temamos ser desilusionados por su huera frivolidad, muy al contrario, dejemos que esa previsible decepción de lo trivial sea la que nos despierte.


Toda vez que desvelamos su mensaje, cada instante transparenta su condición sagrada y nos instala en su crucial encrucijada. La ascesis de los rigores iniciáticos queda en ese mágico momento justificada y recompensada. El torpe deletreo, trocado disciplina, se torna ahora finalmente discernimiento. El mantra de su latido, al fin, el corazón entiende. 



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