“Es el coraje del héroe
lo que remueve obstáculos
imposibles.”
(Terence McKenna)
“¡Sí se puede!”
(Desencantados indignados)
El cuestionamiento de la creencia
obligatoria así como de la costumbre de mundanizar lo ulterior y limitar lo
ilimitado, deja al alma, desprovista de certezas y en la zozobra de quien
cuestiona su fundamento esencial, sumida en la noche más oscura. La ausencia de
rumbo interpela la docilidad ante un timón supremo al que se confía, en
intimidad, el pormenor de la propia vida, sin caer en el error tribal de
confundir conciencia y conveniencia.
Cara a cara ante el Creador, la
creatura realiza y desvela su propio enigma, en una búsqueda incesante, arrollada
por la eficacia de un secreto impulso que la desborda. Es la experiencia de la
aniquilación suprema, la que contrarresta la usurpación de cualquier organizada
idolatría. Quien siente en sí y sobre sí esta fuerza primordial anterior a
todos los conflictos, esta hondura previa a la de todos los abismos, quien es
deslumbrado por la fértil luminosidad de la tiniebla, abarca en su abrazo los
entresijos de la muerte.
Nada puede sustituir este vínculo
directo entre creatura y Creador. Por más que pretendan los soberbios gestores
de imperios que administran los premios y castigos del rebaño, nada puede ser
más sagrado ni, para quien sabe, puede haber peor traición: “Lej lejá.”
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