viernes, 5 de julio de 2013

Dioses en la balanza

“El divino ser humano era originalmente doble.
Perdió así su perfección al ser dividido por la mitad.”
(Aristófanes)

“Ianum dicunt quasi mundi vil caeli
vel mensuum ianuam.”
(Isidoro de Sevilla, Etimologías)




Los seres humanos, al igual que les ocurre a los dioses, al contradecirse se trascienden. ¿Puede haber algo aún más elevado que aquello capaz de trascenderse a sí mismo? Quizá por ello la fría castidad de Diana necesita de su furor cinegético, los excesos dionisiacos del reposo purificador, la mesura apolínea del fértil frenesí musical, el locuaz Hermes recomienda con total vehemencia el silencio, Minerva gusta defender la paz bajo su atuendo marcial, Marte babea dócil ante los encantos cordiales de Venus, la cual, a su vez, sólo se entrega paradójica a quien, en férrea lucha y con furor heroico, verdaderamente la merece…

La dinámica tiene lugar gracias al necesario contrapunto. El error de Paris fue dejarse deslumbrar por una belleza meramente sensorial, ignorando ponderar la infinita sutileza de la majestad y la sabiduría, que no admiten posible discordia. Es así la parcialidad sesgada la que, al tiempo que termina por extraviarnos, verdaderamente nos deshumaniza. Es la pereza de la mirada sensorial la que se abandona a la defensa de intereses espurios, ignorando que sólo en la totalidad tiene posibilidad de aunar discordancias la armonía. ¿Qué clase de misericordia es la que no ama a su enemigo y deja de lado al diablo? No, ciertamente, la de un Dios.




Así, el mismo Logos cortante, que diseña el espejismo de la creación con voz vibrante, reúne como Mitos lo ficticiamente separado en el más absoluto silencio. Sin espejo, no hay reflejo que valga. Revela menos Hermes por todo lo que cuenta, que la silente Atenea por lo que tan sabiamente calla. Allí donde lo ausente resulta lo esencial y lo marginal fundamental, la razón resulta una herramienta muy peligrosa y resbaladiza en extremo. Quizá por ello los manicomios pasados, presentes y futuros rebosan de exégetas que aún no se saben (reconocen) escindidos (esquizofrénicos). No se debe buscar en la periferia su centro. Quizá también por ello Heracles no dudo al resolver la ordalía laberíntica de elegir, entre Virtus y Voluptas, tertium datur, más allá de toda loa y reconocimiento, a las dos.


Lo dicho: los dioses, al igual que les sucede a los héroes, al complicarse la vida como sólo ellos saben hacerlo, la trascienden. Los tibios perecen.




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