“Inalcanzable para el débil,
temible para el pusilánime,
prometedor para el héroe, muchos
son los nombres del destino.”
(Virgilio)
“No se entretiene en juzgar el
pasado
quien se ocupa en diseñar y construir
el futuro.”
(Friedrich Nietzsche, Aurora)
Paradojas del arte falsario, en
nuestros días presumimos más de conocer las cosas futuras que, irreconocibles
tras la pericia del amaño histórico, las pasadas. Las que de todo punto han de
permanecer ocultas, gracias al imperio de la distracción y el entretenimiento
ovinos, son las presentes. Que nunca han gustado, ni el lobo ni el carnicero
que contrata al pastor, desvelar ni el tiempo ni el modo en que harán efectivos
sus intereses, cobrando al rebaño la justa deuda de su apacentamiento y
manutención. ¡Qué tiempos aquellos en los que la profecía respondía a la
nostalgia de un conocimiento, no del porvenir, sino del designio de Dios!
Ahora que el orden tecnocrático
nos mantiene alejados del sagrado sistema operativo e interfiere toda posible
conexión ajena a sus intereses pecuniarios, el furor mántico quedó reducido a
la sorda reclamación del consumidor por el descontento del servicio. Quedaron
bien desfasados los trances y éxtasis oraculares, los delirios proféticos y la
onírica premonitoria de antaño, por los servicios de telefonía y televisión inmediata
de los pintorescos nabí de nuestros días, tan populares y famosos como
ridiculizados. La prospectiva científica, por su parte, está mucho menos
pendiente de los riesgos planetarios que de volcar su cuantificable saber
profético en detectar las tecnologías emergentes que habrán de garantizar a las
potencias imperiales su hegemonía económica por la buenas o, llegado el caso, diseñar
el futuro a golpe de drones y primaveras, por las malas.
Ahora que sabemos que las democracias afines al régimen no se improvisan, los future issues y el foresight se han convertido en un asunto de elevado interés estratégico legal y profesional. Hoy, como ayer, los futuros no ya posibles sino preferibles están manos del control de la divina aunque menos caprichosa probabilidad. Como ocurre en el póquer, los codiciados comodines, también llamadas cartas salvajes (wildcards), siendo altamente improbables, tienen un impacto decisivo el la buena marcha financiera de la partida. Sólo los mejores jugadores tienen preparada el alma para afrontar heroicamente los vaivenes de incertidumbres y riesgos. Hoy como ayer, tienes el deber de salir del útero protector que ahora te sirve de carcasa y dar respuesta a la misma eterna y crucial pregunta: “¿Qué espera de mí el futuro?”
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