viernes, 5 de julio de 2013

Deus mutabile

“Contradictoria coincidunt in Natura.”
(Marsilio Ficino, Theologia platónica)

“Quis hunc nostrum
chamaleonta non admiretur?”
(Pico de la Mirandola, De hominis dignitate)




El séptimo signo de inmortalidad de los diecisiete que caracterizan al ser humano virtuoso que haya alcanzado la condición heroica, es la mutabilidad opcional, esto es, elegir el modo de cambiar a voluntad. Puede así permanecer sentado durante horas en absoluta inmovilidad, como un mineral respirante, vegetar frente al radiante sol televisivo, como una planta, airarse con la vehemencia del depredador enfurecido, danzar en torno al oscuro centro de su abismo interior, como un cúmulo de galaxias, interpretar los designios divinos con la fidelidad propia de un ángel e incluso sobrepasar toda la jerarquía que ordena y organiza la precedencia de los mundos, espejando todo el universo desde sí, como imaginario creador.


En nuestra azarosa búsqueda transformadora, recreamos el universo al tiempo que renacemos –somos renacidos- con él. Somos capaces de encontrar, vez tras vez, al oculto Pan en el siempre cambiante y escurridizo Proteo, prodigioso holograma donde cada minúscula parte se reconoce todo en el todo. Triada divina capaz de mostrar a un mismo tiempo sus antagónicos extremos, sin dejar por ello de mantenerlos unidos en su centro. Quizá esa fue la razón de que el mismo Hegel cayera fascinado por la dialéctica órfica reconciliada en el éxtasis, sintiéndose obligado a la vanidad de compartir su descubrimiento de la triádica manifestación del espíritu, tras la lectura de Proclo. Así, el mismo Dios, obligado a su divina coherencia, gusta siempre mostrarse por doquier tan contradictorio.



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