“La esfera de mi alma, encerrada bajo la del cielo,
la del mundo a su vez guarda.”
(Salomón ben Gabirol, La Fuente de la Vida)
“Lo esencial es que quién alcanzó el poder
demuestre que merecía ejercerlo.”
(Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano)
¿Qué necesidad hay de querer
volar hacia las esferas? Basta quizá con dejarse encontrar por el alma de un maestro
en la Ciencia del Amor, capaz de alejarnos de nosotros mismos, de vaciarnos de
nosotros mismos y llenarnos así del Amado. Alguien humilde como el polvo, fluyente
como el agua, con la virtud de iluminar nuestra alma hasta hacerla resplandecer de Su
luz.
Quizá solo se trate de un compañero de ruta, un testigo, un amigo cuyo
reflejo nos permite adentrarnos en el propio interior si cabe un poco más
adentro, avivando en nosotros la llama del Amor y liberando los necesarios
obstáculos que preceden al íntimo Encuentro. Entre la contracción del alma a su
expansión, un largo trecho te lleva del desfallecimiento in Absentia al gozo in
Presentia. El silencioso aliento de la intimidad real. El sendero.
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