“El
ser humano sólo es dueño de sí mismo
en
la medida en que ya no se pertenece.”
(Moisés
de León)
“Sólo
podemos encontrar palabras para verter aquello
que
ya está muerto en nuestros corazones.”
(Harold
Bloom)
Quiere
el diseño de la civilización que los más se distraigan dedicando sus esfuerzos
a aliviar sus sufrimientos y evitar el dolor, mientras los menos se procuran
placer, generándolos. Para ello es necesario mantener el desprestigio más
absoluto sobre las vías de conocimiento y acceso directo a la fuente de este
poder, y conseguir así ocultarlas a la curiosidad del grueso desfavorecido.
Astrología, Geometría, Numerología y Música son las ciencias
sagradas que, debidamente utilizadas, consiguen canalizar tan desigual reparto de
fuerzas, solve inferius et coagula superius, impidiendo así materializar
cualquier esfuerzo de crear un acceso profano “desde abajo”, Torre de Babel
truncada por el rayo, que consiga abrir las puertas del Templo, establezca y
una, de forma mucho más equitativa, el umbral común entre ambos mundos.
Son
tan escasos los descubrimientos que terminan por ser significativas e
indelebles certezas que uno siempre duda de si compensa el notable esfuerzo de
escrutinio vital realizado entre azarosos libros, relaciones y vivencias. Son
preciosas aquellas ocasiones en que encontramos aquellas palabras dirigidas
especialmente a nosotros, en el momento particular vital que nos toque
atravesar, que nos confrontan, nos retan y nos conmueven el alma. Y no digamos ya
toparse con un corazón gemelo o una súbita inspiración crucial, de modo
imprevisto e insospechado. Cuando eso sucede, no solemos hablar de ello, y cubrimos
los límites de esa región íntima mediante un cerco sagrado de elocuente silencio.
¿Para qué rebuscar palabras, molestarse en fingir, simular, engañar y ocultar…
cuando es suficiente con callarse? ¿Por qué conformarse con agrietados crisoles,
con atanores alquilados y alquímicos sucedáneos? ¿Cómo salirse del cerco distractor
trazado y seguir aún con vida? Tras el mejor disfraz.
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