“En aquel tiempo que os tocare
transitar
habréis de ser Santos.”
(Levítico 19,2)
“No hay cielo, reino o infierno
en el que no resplandezca Su
Gloria.”
(Moisés de León, Sefer Harimmon)
En la convaleciente Europa
relativista, ya sin identidad cultural ni política, el agónico baluarte del
Arte Real ya no es ni de lejos una sociedad unitaria, ni en su estructura de
múltiples obediencias rivales (6 o 7 redes de logias que aceptan una autoridad
común, las cuales, desdiciendo el mito de una “fraternidad” que ya no es sino
“complicidad”, andan cada dos por tres a la greña), ni en su polimorfa doctrina,
dispersada y confundida en innumerables y variopintos ritos laicos de vigor
descafeinado y simbolismo un tanto deslucido, espacios que, a duras penas, alcanzan
la categoría de think-tank.
A día de hoy, se mantiene el
mismo “pastiche” ideológico que, en siglos pasados, otorgó prevalencia a la
burguesía mercantil frente a la aristocracia de sangre: arribistas a la
búsqueda de entablar “buenos contactos”, hacer “mejores negocios” y, desde una miopía
intelectual y mediocridad cultural hoy tan generalizadas, lograr tocar el ansiado
cielo del “stablishment”, sin aportar nada de valor a cambio. Un proyecto,
pues, donde todos restan y nadie suma, resulta inviable a corto plazo y rezuma
más mezquina modernidad que “aroma de
misterio”.
Muy por encima de la degenerada sodalidad
burguesa de capa caída, la aristocracia económica se organiza desde hace más de
medio siglo en sociedades elitistas que son las que deciden el futuro político,
económico y cultural global, diseñando y planificando al detalle cómo se
establecerán los nuevos equilibrios geopolíticos, cuál será la ubicación de las
plantas de producción y las amañadas reglas del juego especulativo y económico,
así como las próximas modalidades de “entertainment” a promover. Mientras
tanto, por debajo, las ONGs, ocupan la máscara del espacio caritativo de manera
igualmente inefectiva, pero que, al carecer de lastres sectarios o prejuicios conspiratorios,
resultan mucho más prestigiosa para las masas.
El resultado es que la inercia de los Maestros de Obra
influye poco o nada en el orden mundial, pues carecen de iniciativa y les
resulta muy complicado tener que superar su propia crisis estructural y de
valores, mientras la aristocracia de sangre, mucho más cohesionada, resiste
mejor que nunca tras las bambalinas digitales de la deep web, y ha descubierto y
testeado las bondades de los indecapitables mercados globales de la mundialización. ¿Quién sabe si, en ese
limo actual de inerme desolación, “tinieblas y cenizas”, reverdecerá con ímpetu
renovado, la verdadera Acacia, fraternal -por espiritual- de antaño frente al demoledor
business? Mucho me temo que los pragmáticos gurús actuales del Club Bilderberg,
poco dados al romanticismo, han relegado a la antaño escuela de virtud a un tolerado
y distractor “entertainment”.
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