“Necesitas ser zorro, para
detectar las trampas;
pero también león, para espantar
a los lobos.”
(Nicola di Maquiavelo, El
Príncipe XVII)
“But, Mulder, not everything
is a labyrinth of dark conspiracy,
and not everybody is plotting
to deceive, inveigle and obfuscate
our weak minds.”
(Scully, X-Files)
Es necesario asumir el escenario de
la esfera pública mediática, donde tiene lugar la batalla por el poder sobre la polis,
allí donde primero se maquina y luego se practica la estrategia de dominación
del prójimo, manteniendo la propicia estructura temida bajo coerción y la
superestructura consentida por seducción. Las narrativas que rodean a los
dominados desde el nacimiento, favorecen el que “el vulgo” entienda que su
condición es destino, y no albergue así, tentación alguna de imaginar rebelarse
sino, por el contrario, resignación, normalidad y sentido común, que son las
que mejor configuran el actual y rimbombante espectáculo
ideológico de la realidad asumida, bien por miedo, bien por consentimiento.
¿Resulta posible escribir y “protagonizar”
el propio relato vital? Igual que ningún idiota tiene conciencia de serlo,
todos pensamos que somos libres, al menos, de pensar lo que cada uno quiera y
de entender, a su manera, la complejidad del mundo… libres en conciencia. Los
dispositivos políticos totalitaristas se construyen repitiendo hasta la
saciedad eslóganes que sean razonables y favorezcan las agregaciones
subalternas y, no digamos, las transversales, allí donde hacer política
significa siempre acumular más poder. Quizá basten dos o tres caras –rostros políticos- cuyo
discurso enganche con el sentir general de indignación y promueva una simpatía social
arrolladora entre el voluble magma de las masas, frente al que no cabe
contrapoder ni insurgencia posible: Quien mueve al pueblo (demagogia), mueve el poder.
Todos tenemos idéntica capacidad
para destruir como para construir, tanto hacia el bien como hacia el mal,
inclinarse hacia el grupo más numeroso o, al menos, hacia el más fuerte, en la defensa de los más lícitos intereses: los propios. Ese es
nuestro absoluto potencial. Elige, pues, dirección y avanza siguiendo ese
péndulo, confiando antes en las propias fuerzas que en las intrigas ajenas,
pues, como señalaba con acierto en un ejercicio íntimo de respetabilidad, libertad
y decencia, el diplomático y funcionario florentino que corona esta reflexión, “los
hombres olvidan antes la muerte de su padre que la pérdida de patrimonio.”
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