“Me decidí a mentir,
pero, eso sí,
con más honestidad que los demás,
ya que hay un extremo
sobre el cual diré la verdad,
y es que voy a contar
mentiras.”
(Luciano de Samosata,
Historia Verdadera)
Como constató el sirio Luciano,
suelen los historiadores preferir detenerse en la falsa maravilla a relatar lo
veraz, confiando en que su treta pase inadvertida. Pocos, como él, tuvieron la
valentía de delatarse falaces a fuer de que así les creyéramos. Divide y vencerás,
reza el satánico designio. Cuando la cabeza de un orden espiritual se deja
aleccionar por consejos meramente basados en la sospecha y la ignorancia,
termina, cual le sucediera al ambicioso Apuleyo, convertida en asno, perdiendo
su legítima autoridad.
Cuando el oráculo se deja llevar
por el iracundo rencor al dirimir un asunto, la calumnia vuela con las alas de
la envidia y la mentira. El reo sólo puede esperar clemencia de la misericordia
divina, capaz de hacer resplandecer la verdad desnuda tras la penitencia.
¿Podrían ser de otro modo las cosas? Me temo que no. Todo en esta vida, mal que
les pese a la impaciencia de los inmediatistas, lleva su necesario proceso. Un
paso llega tras el primer paso. Es la conjunción de ambos la que crea el armonioso
caminar en compás. Unicamente la vasija sin fisuras y bien orientada al cauce del fresco manantial
es capaz de saciar nuestra sed. El resto, decorado, mero simulacro, impostura, doblez.
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