martes, 10 de julio de 2012

Simbólica sincronicidad


“Congruo es occultus compages
subter supter animadverto.”
(Iamblico de Calcis, De Vita Pytagorica)

“Los átomos sólo son tendencias,
meras posibilidades de la conciencia.”
(Werner Heisenberg)






Cuando menos queremos escuchar, es cuando más nos habla todo. Esta perseverancia dónde todo se unifica en la tozudez del símbolo, bien menospreciada bajo el eufemismo “casualidad”, nos conmueve el alma, capta nuestra atención, nos permite descubrir -quizá por un instante y contra toda apariencia- que no estamos solos, que somos parte de un algo mayor que también lo sabe. Arrambla con el sesgo de selección y confirmación de cuantos se obstinan en buscar alguna clase de explicación causal, para ratificar su mágica creencia de que en la predictible estructura del universo no es posible tolerar ningún tipo de superstición: las pseudo y paraciencias "traen muy mala suerte".



Atravesar el mágico espejo del universo, sin otras armas ni sortilegios que la mirada, y formar parte “activa” así de su dinámico reflejo: creados para recrearnos, para construirnos como una posibilidad. ¿A dónde podremos llegar, capaces de lo más alto y lo más bajo? ¿En dónde habremos de situar (limitar) nuestra ilimitada capacidad de resonar como Unidad? ¿Dónde termina la mirada capaz de abarcar todas las perspectivas, ávida de situarse tras cada nueva mirada y “verse” a sí misma: Observar simultáneamente la observación, el observador y lo observado. Testigo único.


Infinita bifurcación diabólica, como alpha. Infinito recurso autoacabado en sí mismo, como omega. Infinito laberinto de espejos en el que cada reflejo juega a atraparse y ser atrapado en la próxima paraidolia, en una nueva apofenia sin término, el vértigo inacabable de una nueva madriguera tras la madriguera, de una nueva palabra tras la palabra. ¿Cómo puedes llegar a conocerte, cuando tal conocimiento, en el mismo instante de producirse, te transforma? Ya lo decían los clásicos: “Somnium mentis ianua infinitum est”. Y en esas redes, más que andar, torpemente pataleamos . ¡Qué casualidad!





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