“Congruo es occultus
compages
subter supter animadverto.”
(Iamblico de Calcis, De
Vita Pytagorica)
“Los átomos sólo son
tendencias,
meras posibilidades de
la conciencia.”
(Werner Heisenberg)
Cuando menos queremos escuchar,
es cuando más nos habla todo. Esta perseverancia dónde todo se unifica en la
tozudez del símbolo, bien menospreciada bajo el eufemismo “casualidad”, nos conmueve
el alma, capta nuestra atención, nos permite descubrir -quizá por un instante y
contra toda apariencia- que no estamos solos, que somos parte de un algo mayor
que también lo sabe. Arrambla con el sesgo de selección y confirmación de cuantos
se obstinan en buscar alguna clase de explicación causal, para ratificar su mágica
creencia de que en la predictible estructura del universo no es posible tolerar ningún tipo
de superstición: las pseudo y paraciencias "traen muy mala suerte".
Atravesar el mágico espejo del
universo, sin otras armas ni sortilegios que la mirada, y formar parte “activa”
así de su dinámico reflejo: creados para recrearnos, para construirnos como una
posibilidad. ¿A dónde podremos llegar, capaces de lo más alto y lo más bajo?
¿En dónde habremos de situar (limitar) nuestra ilimitada capacidad de resonar
como Unidad? ¿Dónde termina la mirada capaz de abarcar todas las perspectivas,
ávida de situarse tras cada nueva mirada y “verse” a sí misma: Observar
simultáneamente la observación, el observador y lo observado. Testigo único.
Infinita bifurcación diabólica, como alpha. Infinito
recurso autoacabado en sí mismo, como omega. Infinito laberinto de espejos en
el que cada reflejo juega a atraparse y ser atrapado en la próxima paraidolia,
en una nueva apofenia sin término, el vértigo inacabable de una nueva
madriguera tras la madriguera, de una nueva palabra tras la palabra. ¿Cómo
puedes llegar a conocerte, cuando tal conocimiento, en el mismo instante de
producirse, te transforma? Ya lo decían los clásicos: “Somnium mentis ianua
infinitum est”. Y en esas redes, más que andar, torpemente pataleamos . ¡Qué
casualidad!
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