miércoles, 17 de octubre de 2012

Mutus silentium

“Sileteque et tacete atque animum advortite…”
(Plauto)
 
“Cuando derramamos agua sobre la tierra desolada,
enseguida rebulle, brota y henchida revive.
Quién otorga la vida, resucita así un corazón zombificado,
como si tal cosa.”
(Qurân 41, 39)

 

 
 

Nada es efímero en la certeza. Quien conoce la belleza de su alma, es capaz de detenerse –siquiera un instante- en los pormenores más delicados y sutiles de su belleza, en cada mínimo escondido detalle de la irisada filigrana de su divino rompecabezas. Quien conoce la belleza de su alma, conoce a su Señor.

 
 
 

Como una fina bruma de quietud en medio de la turbulenta ficción del mundo nos bendice y disipa cualquier duda. El susurro del alma tiene su cadencia, su ritmo. Sabe que en su latir va al encuentro con una muerte tan rauda como silente, y no teme, porque sabe escuchar su mudo silencio. Llega así a la certeza, a la transparencia. Ve.
 
 
 

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