“Sileteque et tacete atque animum
advortite…”
(Plauto)
“Cuando derramamos agua sobre la
tierra desolada,
enseguida rebulle, brota y henchida
revive.
Quién otorga la vida, resucita así
un corazón zombificado,
como si tal cosa.”
(Qurân 41, 39)
Nada es efímero en la certeza. Quien conoce la belleza de su
alma, es capaz de detenerse –siquiera un instante- en los pormenores más
delicados y sutiles de su belleza, en cada mínimo escondido detalle de la
irisada filigrana de su divino rompecabezas. Quien conoce la belleza de su
alma, conoce a su Señor.
Como una fina bruma de quietud en
medio de la turbulenta ficción del mundo nos bendice y disipa cualquier duda. El
susurro del alma tiene su cadencia, su ritmo. Sabe que en su latir va al
encuentro con una muerte tan rauda como silente, y no teme, porque sabe escuchar
su mudo silencio. Llega así a la certeza, a la transparencia. Ve.
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