"El sentido de
las corrientes o fuerza electromotriz es tal
que se opone siempre a
la causa que la produce,
o sea, a la variación
del flujo"
(Heinrich Friedich
Emil Lenz, 1833)
"Yo dormía, pero
mi Corazón velaba."
(Shir HaShirim 5, 2)
"...Y, en su
momento, habrés de retornar todos a vuestro Sustentador:
y entonces Él os hará
entender realmente todo aquello en lo que solíais diferir."
(Qurân 6, 164. El Ganado)
No es la primera vez que reconozco que en mi vida, como en la de cualquier otro ser
humano, hay sombras porque hay luces: Solve et coagula. En el entorno de la
Medina de la Alhambra, próxima a la Medina de Granada, se encuentra situada la Huerta
del Arquitecto (Yannat al-Arif), los jardines del "Conocimiento" cuya
arquitectura sutil de plantas, flores y agua fue construida y levantada justamente
para poder meditar en serio sobre el Conocimiento, para llegar a alcanzar los
más elevados estados del Alma humana contemplando la Belleza. En ellos se
encuentra uno de mis rincones favoritos. Cuando atravesando un umbral
custodiado por leones se asciende la "Escalera del Agua" para llegar
a los Altos Palacios, sube como fuego bajo una bóveda natural de laureles lo
que más tarde habrá de descender necesariamente en disolución. Una vez más:
Solve et coagula.
Parece que –de alguna
manera- el Eterno exalta la necesidad de hacerse con el Conocimiento mediante
una vida que nos es entregada como privilegiado proceso de búsqueda y
aprendizaje. Basta con levantar la mirada al cielo para admirarse con la
extraordinaria variedad y riqueza de reclamos que nos salen al paso, en los
ritmos y cambios constantes que ofrece la naturaleza, en el orden implícito que
gobierna a las especies de los distintos reinos (incluido el humano), los
misterios del Alma y su secreta estructura, los ocultos accesos que dan acceso
al ámbito Superior desde el ámbito interior… las huellas sutiles y preciosos
vestigios que dejaron a modo de guía cuantos nos precedieron en el Camino,
Camino que sólo se conoce por experiencia directa, recorriéndolo paso a paso y
no –como piensan muchos- hablando. Cuando se mira bien, y no desde la
desatención y distracción más irredentas, todo –incluso nuestra propia mirada-
nos habla de Él. Lo demás: soberbia o –lo que no es sino otra variedad de lo
mismo- ignorancia.
Como cualquier texto sagrado, el
libro de nuestra existencia requiere de su correspondiente exégesis, de su
adecuada hermenéutica, para poder ser comprendido y asumido como Dharma propio.
Llegar a entender la lengua única de los acontecimientos exige de quien ose
atreverse a ello una preparación especial; el poder llegar a dominar el
complejo vocabulario de la Realidad y sus apariencias, conseguir aproximarse a
los posibles significados de sus variopintas e impermanentes formas, requiere
de una sofisticada técnica no al alcance de cualquiera, se trata de un
verdadero Arte. Negro sobre blanco, aquí cuenta cada letra, cada signo de
puntuación, donde cada pausa, cada rasgo caligráfico, cada énfasis teje y
desteje el sentido (o sinsentido) de toda una vida, de todo un encadenamiento
de muertes y vidas.
Cada creador es dueño y señor de toda su creación, y
es a través de su poder creador como a cada instante la destruye y recrea.
Creaturas creadas para crear, al fin y al cabo, es así como creamos y recreamos
constantemente la historia de nuestra vida. Guiada por el pulso efímero de
nuestras emociones y demonios, nos debatimos entre los errores del pasado y los
miedos futuros, sin saber muy bien quién o qué somos, surcando mares previstos,
adentrándonos de cuando en cuando por sendas inesperadas, y a veces (tantas)
huyendo, siempre en busca de nosotros mismos. Hasta ese día en que el destino
nos fuerza al reencuentro con el instante presente y crucial, allí donde a cada
momento decidimos entre la encrucijada de ser (y regresar) o no ser y
permanecer (un tanto más, un rato más, quizá otro año, otra existencia…) en el
confortable extravío, allí donde al menos las máscaras son visibles y no nos
resultan totalmente irreconocibles, diríase que hasta ciertamente familiares,
donde la vida transcurre aparentemente sosegada entre esto y aquello, mecidos
en la calma de la vorágine predecible y cotidiana… hasta que llega y nos asalta
a traición ese temido reencuentro del que no sabremos a ciencia cierta hasta
cuándo seremos capaces otra vez (la definitiva) de zafarnos.
Ya nadie sacia su sed
nocturna bebiendo del Alf Layla wa-Layla. Los nómadas dejaron de contar cuentos
cuando se mudaron al la ciudad. Con tanto blog, tanto facebook y tanto twiter
ya nadie tiene tiempo para nada ¿Qué será entonces de los hakawati, de los
hlykia, de los fellah menghu? ¿Dónde irá a parar toda su valiosa enseñanza?
¿Qué será del poderoso rocío? ¿Qué será del canto de aquellos que anhelan
liberar su pena?
Continuamente regresamos a nuestro
afán egoico de control como quien levanta un castillo de naipes. Pero tarde o
temprano, es necesario e inevitable un nuevo encuentro con la Verdad que nos
ocasionará a un tiempo un dolor inexorable así como un incontenible anhelo de
vida. No hay otra manera. Tiene que ser así.
Ya no
quedan jóvenes aprendices que se atrevan a aprender el arte tradicional de
conducir la orquesta mediante la virtud del gesto y, tras agarrar la batuta
mágica y adoptar el orden inicial, batir la anacrusa y re-crear el mundo y sus
pulsos esenciales a través de la plomada, el triángulo o la cruz. Sólo nos cabe
sentarnos al rescoldo del fuego en este otoño cansado y recordar el dulzor de
los días agrestes.
El
mensajero, grato. La noticia, buena. Retorna el corazón al que retorna la
alegría. El nafs-i-ammara captor ha sido, al fin, muy a su pesar y por contra, cautivo y desarmado.
Ojalá que no perdamos nunca esta alegría que nace de la bienaventuranza. La libertad
recién estrenada nos descubre mucho más ligeros, y nos deja solazarnos en el
gozo y la sorpresa de esta nueva mirada, que ve con cariño las debilidades y
miserias humanas y sabe reírse de ellas, especialmente de las propias, lejos de
sarcasmo. Saberse tan pequeño, esa es su grandeza. Eco sonríe con ternura, y su
sonrisa nos trae de regreso y nos rescata. Al fin jugamos en serio. Y es tan
divertido. Tan fácil, tan cerca. Y yo que me sentía tan importante.
Ex-ce-len-te y conmovedor y conmocionador.
ResponderEliminarUn abrazo :)