miércoles, 24 de octubre de 2012

El encinar de Mamré

"El sentido de las corrientes o fuerza electromotriz es tal
que se opone siempre a la causa que la produce,
o sea, a la variación del flujo"
(Heinrich Friedich Emil Lenz, 1833)
 
"Yo dormía, pero mi Corazón velaba."
(Shir HaShirim 5, 2)
 
"...Y, en su momento, habrés de retornar todos a vuestro Sustentador:
y entonces Él os hará entender realmente todo aquello en lo que solíais diferir."
(Qurân 6, 164. El Ganado)

 
 
 
 
No es la primera vez que reconozco que en mi vida, como en la de cualquier otro ser humano, hay sombras porque hay luces: Solve et coagula. En el entorno de la Medina de la Alhambra, próxima a la Medina de Granada, se encuentra situada la Huerta del Arquitecto (Yannat al-Arif), los jardines del "Conocimiento" cuya arquitectura sutil de plantas, flores y agua fue construida y levantada justamente para poder meditar en serio sobre el Conocimiento, para llegar a alcanzar los más elevados estados del Alma humana contemplando la Belleza. En ellos se encuentra uno de mis rincones favoritos. Cuando atravesando un umbral custodiado por leones se asciende la "Escalera del Agua" para llegar a los Altos Palacios, sube como fuego bajo una bóveda natural de laureles lo que más tarde habrá de descender necesariamente en disolución. Una vez más: Solve et coagula.
 
 
 
Parece que –de alguna manera- el Eterno exalta la necesidad de hacerse con el Conocimiento mediante una vida que nos es entregada como privilegiado proceso de búsqueda y aprendizaje. Basta con levantar la mirada al cielo para admirarse con la extraordinaria variedad y riqueza de reclamos que nos salen al paso, en los ritmos y cambios constantes que ofrece la naturaleza, en el orden implícito que gobierna a las especies de los distintos reinos (incluido el humano), los misterios del Alma y su secreta estructura, los ocultos accesos que dan acceso al ámbito Superior desde el ámbito interior… las huellas sutiles y preciosos vestigios que dejaron a modo de guía cuantos nos precedieron en el Camino, Camino que sólo se conoce por experiencia directa, recorriéndolo paso a paso y no –como piensan muchos- hablando. Cuando se mira bien, y no desde la desatención y distracción más irredentas, todo –incluso nuestra propia mirada- nos habla de Él. Lo demás: soberbia o –lo que no es sino otra variedad de lo mismo- ignorancia.


Como cualquier texto sagrado, el libro de nuestra existencia requiere de su correspondiente exégesis, de su adecuada hermenéutica, para poder ser comprendido y asumido como Dharma propio. Llegar a entender la lengua única de los acontecimientos exige de quien ose atreverse a ello una preparación especial; el poder llegar a dominar el complejo vocabulario de la Realidad y sus apariencias, conseguir aproximarse a los posibles significados de sus variopintas e impermanentes formas, requiere de una sofisticada técnica no al alcance de cualquiera, se trata de un verdadero Arte. Negro sobre blanco, aquí cuenta cada letra, cada signo de puntuación, donde cada pausa, cada rasgo caligráfico, cada énfasis teje y desteje el sentido (o sinsentido) de toda una vida, de todo un encadenamiento de muertes y vidas.
 
 
 
 
 
Cada creador es dueño y señor de toda su creación, y es a través de su poder creador como a cada instante la destruye y recrea. Creaturas creadas para crear, al fin y al cabo, es así como creamos y recreamos constantemente la historia de nuestra vida. Guiada por el pulso efímero de nuestras emociones y demonios, nos debatimos entre los errores del pasado y los miedos futuros, sin saber muy bien quién o qué somos, surcando mares previstos, adentrándonos de cuando en cuando por sendas inesperadas, y a veces (tantas) huyendo, siempre en busca de nosotros mismos. Hasta ese día en que el destino nos fuerza al reencuentro con el instante presente y crucial, allí donde a cada momento decidimos entre la encrucijada de ser (y regresar) o no ser y permanecer (un tanto más, un rato más, quizá otro año, otra existencia…) en el confortable extravío, allí donde al menos las máscaras son visibles y no nos resultan totalmente irreconocibles, diríase que hasta ciertamente familiares, donde la vida transcurre aparentemente sosegada entre esto y aquello, mecidos en la calma de la vorágine predecible y cotidiana… hasta que llega y nos asalta a traición ese temido reencuentro del que no sabremos a ciencia cierta hasta cuándo seremos capaces otra vez (la definitiva) de zafarnos.
 
 
 
Ya nadie sacia su sed nocturna bebiendo del Alf Layla wa-Layla. Los nómadas dejaron de contar cuentos cuando se mudaron al la ciudad. Con tanto blog, tanto facebook y tanto twiter ya nadie tiene tiempo para nada ¿Qué será entonces de los hakawati, de los hlykia, de los fellah menghu? ¿Dónde irá a parar toda su valiosa enseñanza? ¿Qué será del poderoso rocío? ¿Qué será del canto de aquellos que anhelan liberar su pena?


Continuamente regresamos a nuestro afán egoico de control como quien levanta un castillo de naipes. Pero tarde o temprano, es necesario e inevitable un nuevo encuentro con la Verdad que nos ocasionará a un tiempo un dolor inexorable así como un incontenible anhelo de vida. No hay otra manera. Tiene que ser así.

 
 
 
Ya no quedan jóvenes aprendices que se atrevan a aprender el arte tradicional de conducir la orquesta mediante la virtud del gesto y, tras agarrar la batuta mágica y adoptar el orden inicial, batir la anacrusa y re-crear el mundo y sus pulsos esenciales a través de la plomada, el triángulo o la cruz. Sólo nos cabe sentarnos al rescoldo del fuego en este otoño cansado y recordar el dulzor de los días agrestes.

El mensajero, grato. La noticia, buena. Retorna el corazón al que retorna la alegría. El nafs-i-ammara captor ha sido, al fin, muy a su pesar y por contra, cautivo y desarmado. Ojalá que no perdamos nunca esta alegría que nace de la bienaventuranza. La libertad recién estrenada nos descubre mucho más ligeros, y nos deja solazarnos en el gozo y la sorpresa de esta nueva mirada, que ve con cariño las debilidades y miserias humanas y sabe reírse de ellas, especialmente de las propias, lejos de sarcasmo. Saberse tan pequeño, esa es su grandeza. Eco sonríe con ternura, y su sonrisa nos trae de regreso y nos rescata. Al fin jugamos en serio. Y es tan divertido. Tan fácil, tan cerca. Y yo que me sentía tan importante.
 
 
 
 

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