“Trabajando en el campo, el verso llegó a mi boca.
Ahora sé que un río es luz, que hay una nueva primavera
y aún un nuevo modo de conocer.”
(Simón Bar Yojai)
“En cada letra encontrarás
numerosos mundos.”
(Hayim Vital)
Uno puede soportar la invasión y el exilio babilónico, 200 años de
cruzadas, incluso las atrocidades del exterminio. Lo que resulta de todo punto
insoportable es una realidad alejada de su fuente primigenia. Una separación abismal
que requiere para su disolución del concurso colectivo de fuerzas sobre
humanas, capaces de reunir amada con amado, amado con amada.
Esta crisis parece no tener fin, nos exige que asumamos eterno su tormento,
nos paraliza instalándonos en una impotente irredención ante la que nada hay
que podamos hacer, salvo un sordo agitarse y patalear. Un complejo y dinámico
proceso sin sentido ni propósito. ¿Cabe mayor crueldad? ¿Cómo
superar esta extensión infranqueable entre creador y creatura? ¿Qué teme la
divinidad al refugiarse en los recovecos del infinito, tan lejos y ausente de
su obra finita?
La inmanencia requiere un salto a otro mundo cuya separación
del nuestro agónico hace posible la dialéctica interacción. La relación y el
encuentro sólo son posibles desde la separación que se reconoce. Esta
separación es creadora de permanente reunión: Creación.
Lo eternamente ausente así se encuentra en todas partes, en
todas se reconoce, es posible -desde la mirada oportuna- en cada pensamiento,
en cada palabra, en cada gesto, en todo tiempo y lugar. Ningún intersticio
subatómico se halla libre de su gloria. Bendito sea en su omnipresente
ausencia, el campo escalar, del que somos –lo queramos o no- necesaria
vicisitud. Imaginaria posibilidad que, bien mirada, lleva la marca de la
santidad.
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