miércoles, 24 de octubre de 2012

Venatores lapidum


“Cuando el lenguaje pretende sustituir a la vida,
lejos de conseguirlo, la arruina.”
(Carl G. Jung, Rotes Buch)

 
 

Siempre me ha llamado la atención que, cuando se considera la remota posibilidad de una conexión entre el mundo de los muertos y los vivos, nosotros tengamos la certeza de pertenecer al segundo y no al primero. Estar por encima de la lápida, solo es una posición relativa. Lo cierto es que sólo estamos al otro lado. Eso quizá explica el porqué Jung denominó a sus curiosas alocuciones gnósticas “Septem sermones ad mortuos”.

 

Vivo es aquello que anima a lo que tiene la capacidad de ser animado. Sin ánimo, somos meros cadáveres desanimados, inercia muerta que cae sobre el abismo gravitatorio por su propio peso. Toda vez que nos sentimos animados, quiere decir –mundus patet- que algo nos mueve desde quién sabe dónde. Las lápidas sólo evitan que lo descubramos demasiado pronto. Pocos conocen lo que se oculta tras la adorada piedra. La vida que guardan difuntos y santos es la que anima a quienes “viven de prestado” e ignoran que ya están muertos.
 
 
 

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