“Todo el árbol
ya se encuentra en la semilla.”
(Eliyohu Ben Shlomó Zalman, el Comerciante)
“Una tierra informe, vacía
y en la que una gran oscuridad
cubre el abismo.”
(Génesis 1,2)
Cada vez son menos las ocasiones en que un texto nos
invita a pensar, reflexionar y a poner en duda lo que consideramos cierto. Hoy
en día, ya nadie quiere granjearse enemigos, optando por refugiarse en los
dogmas de lo populísticamente correcto. Pocos son los que aún cuentan con la
sensibilidad suficiente para detectar aquellas palabras que, nacidas desde y
para el corazón, gozan así de una libertad exquisita. Logran conectar almas en
ausencia de lo sagrado.
La sabiduría primordial es un antídoto eficaz capaz de
contrarrestar la locura del mundo actual y evitar que esta empañe la mirada lo
menos posible. Allí donde muchos vivencian lo espiritual como la más acomodaticia
renuncia a la cordura, pocas cosas hay tan verdaderamente revolucionarias y
trasgresoras como el anhelo de trascender las cotas de lo inhumano. Aquel que
busca lo espiritual hace frente a las necesarias adversidades con un tesón tan
radical y obstinado como salvaje.
Allí donde la máscara globalizadora no puede secuestrar
la auténtica búsqueda de lo real, es donde tiene lugar la inmersión
vivificadora en la Tradición. Una inmersión que no conoce sucedáneos sociológicos
ni cae seducida bajo la potente maquinaria del márketing espiritual. En
vocación de minoría, prefiere a los menos, gusta de los pocos, aborrece el
tropel de la cantidad frente a la exquisita calidad.
Tiempos informes, vacíos en su multiplicidad, confusos y
oscuros pese a los esfuerzos ingentes del brillar profano, incapaces de mitigar
el abismo del alma separada de su fuente, proclives a la convivencia del
puritano exacerbado con el degenerado, satánica mezcla en la que todo cabe
puesto que nada vale, toda vez que hábilmente se deconstruye su artificio:
impostura de la moderna postmodernidad. Lo auténtico resiste, incardinado al
espíritu. Que no caben distracciones con las que enmascarar la fractura del
abismo sino construyendo puentes. Un arte al que se atreven pocos y triunfan
menos, atrapados en el magma incandescente de los intereses propios. El
creciente lunar augura el desarrollo pleno de lo aquello que, vía recta, obedece
al peregrinar certero de su propia naturaleza. Sólo el peregrino sabe lo que
busca.
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