domingo, 28 de octubre de 2012

El secreto del Céfiro

"Ea, veamos pronto lo que son,
y cuánto oro y plata hay en el cuero."
(Homero, Odisea X, 38)

"Enhiesto surtidor de sombra y sueño,
que acongojas al cielo con tu lanza."
(Gerardo Diego, 1924)




Es precisamente en la discontinuidad de un ciclo donde contemplamos las diferentes constantes que en él mismo se suceden y reconocemos “donde”, al volverse a repetir una de ellas, arbitrariamente el ciclo comienza, a partir de nuestra medida inicial. Así, cumplimos años el mismo día del ciclo solar en que fuimos alumbrados por el sol (estrella), aunque, como proceso dinámico unificado, dimos comienzo nueve lunas (satélite) antes. Mientras Helios se lleva la fama parece que es Selene quien verdaderamente carda la “lana”.

Precisamente esas constantes que se repiten cíclicamente son las que hacen del proceso algo necesario y predecible que, por indeterminado (apeiron), desconocemos dónde se extingue o a empezar comienza. Nosotros siquiera nos contentaremos quizá con intentar someramente describirle.




Nuestra reflexión comienza en un archipiélago en forma de Y situado al nordeste de la hipotenusa de Sikelia y cuyas tres islas principales, Dydime, Melingulis, y Termessa o Hiera, al igual que ocurre con las atracciones más turísticas de Gizeh, espejan así el cinturón de Orión. De estas islas, Ulises recibió la secreta enseñanza de que para manejar los asuntos espirituales con suficiente pericia y discernimiento, se debe estar curtido con taninos, como un odre, o lo que es lo mismo, ungido de aceite de cedro, se debe adquirir antes la maestría que lo convierta a uno en momia inmortal.

Quien, como Eolo, domina la meteorología, domina los destinos de la tierra o, como diría Apolo, sabe tocar bien el arpa climática, activar la frecuencia de los electrojets aurorales y hacer de los precisos rayos de Zeus, elaborados por Hefestos en la tercera y más sagrada isla de las citadas, un arma de lo más persuasiva o, tanto monta, monta tanto, disuasoria. Confiemos que estos nuevos arpistas no corran la triste suerte de Apolo con Kiparissos ni Iakinthos, y terminen llorando sobre los restos de su bien más preciado. El disco y la jabalina deben ser bien trabajados, mucho antes, en la palestra del gimnasio, so pena de generar impredecibles tornados o, lo que es mucho peor, malolientes pedos. Caro le salió al de los mil ardides dormirse, sin preservar celoso su don más secreto.



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