“Allí donde no me abarcan cielos ni tierra
lo consigue un corazón.”
(Hadiz qudsi)
“Sólo el amor conduce a Él,
no la sabiduría.”
(Ibn Arabí)
Todo aquello en lo que confías posee un carácter divino para ti. Es
importante y diferente del resto de cosas y personas en las que no confías.
Aquello que consigue destacar de la oscura ambigüedad del horizonte de las
cosas y producir en ti la poderosa fascinación de la confianza: enamorarte. Capta
tu atención y hace que creas en su eficacia y la aceptes. Lo consideras, de
algún modo, lo más verdadero, lo único real. Algo a lo que otorgas incondicionalmente
estatuto de ser frente a lo difuso y relativo de todo lo demás. Haces,
consigues, que sea especial para ti. De algún modo que sólo tú sabes, posee
virtud, te satisface.
Espejismo. Autoengaño. Apariencia. Disfraz. Posible.
¿Qué hay por debajo? ¿Qué se esconde detrás? ¿Qué se oculta en todo ello? ¿Qué
se resiste, una y otra vez, a ser atrapado? ¿Quién juega incesante? ¿Qué quién? Como
siempre, ya se fue. Permanente escamoteo que no cesa. Que no cesa. Es como
intentar abarcar lo impensable. Y en ese imposible desafío estamos.
Enganchados. Se fue otra vez. ¿Quién sabe tras qué esta vez? ¿Quién sabe
escondido tras qué nuevo dónde? ¿Quién sabe?
Delante, sutil peregrinar inacabable, siempre camino por recorrer. Otra
vez.
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